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lunes, 12 de septiembre de 2016

Nuestra Bandera - La Guerra Civil como moda literaria, por Ángela Martínez

Ángela Martínez Fernández
Nuestra Bandera

Deberíamos alarmarnos. O tal vez deberíamos rebelarnos cada vez que alguien, tras coger entre las manos un libro como este, nos dice “¡tiene un título muy provocador!”. La exclamación esconde mucho más que una anécdota entre compañeros de profesión o escritores ofendidos, lo que subyace es el inconsciente ideológico mayoritario según el cual alterar o contradecir el discurso dominante en torno a la Guerra Civil española no es una buena idea (o, cuanto menos, es una idea ‘provocadora’ con todos los sentidos que esa palabra pueda acarrear en pleno siglo XXI). Por eso, el libro de David Becerra resulta ser, ya desde su título, una obra completamente necesaria.

Decía Constantino Bértolo en su libro La cena de los notables (2008) que la crítica es una “posición de combate de quien no está conforme con la narración dominante en la vida social ni con las narraciones dominantes en los medios culturales, ni, menos aún, con la presunción de que lo literario sea un aval estético que funcione como distinguida patente de corso” (2008: 14). La Guerra Civil como moda literaria es una de esas posiciones de combate que, además, no solo se responsabiliza de sus palabras sino que también hace responsables a todos los novelistas que han escrito, hablado, trabajado o pensado en torno a la Guerra Civil española. Si algo caracteriza, por tanto, a la obra de Becerra es que nace desde una posición de combate que entiende la literatura como un pacto de responsabilidad y que se niega a conformarse con aquel inconsciente ideológico que le acusa de provocador por atreverse a cuestionar de qué forma están mirando al pasado nuestros novelistas.
Con todo ello, el trabajo crítico del autor se ve respaldado por un amplio corpus: ciento ochenta y una novelas sobre la Guerra Civil española (además de referencias cinematográficas, ensayísticas, etc.) y tres mil quinientas noventa y siete referencias bibliográficas sobre la contienda entre 1975 y 1995 son algunos de los datos que se manejan. Sobre ese material, Becerra se pregunta e interpela: “¿a qué se debe esta proliferación de títulos sobre la Guerra Civil española en la última década del siglo XX y en la primera del siglo XXI?” (32-33). Lo que en un primer momento pueden parecer discursos que nacen con el fin de cuestionar el pacto de la Transición y “convertir la memoria en materia narrativa” (33) se someten a un análisis profundo: en primer lugar ¿por qué se produce ese regreso al pasado? y en segundo lugar ¿de qué forma?, ¿qué se consigue con ello?.
En torno a la primera cuestión, lo que Becerra plantea es precisamente que ese regreso al pasado resulta, en muchas ocasiones, ‘interesado’, es decir surge en pro de los argumentos narrativos: “La vuelta al pasado que se produce en la novela española actual pone de manifiesto que nuestros novelistas han asumido que vivimos en un tiempo perfecto y cerrado, sin conflicto, interiorizando la ideología del “Fin de la Historia”, y ante este presente en el que no sucede nada se hace necesario acudir a un pasado conflictivo como el de la Guerra Civil para poder escribir una novela” (35). Los novelistas regresan al pasado en busca de argumentos para sus novelas porque han asumido completamente la ideología del capitalismo avanzado en la que, como diría la propia Almudena Grandes, “vivimos en un presente aburrido y democrático”. Por ello estas novelas son, en palabras del autor, puros productos posmodernos cuya concepción aconflictiva del presente hace que tengan la necesidad de retroceder al pasado para encontrar material narrativo: “La moda literaria de la Guerra Civil en la actualidad es efectivamente un producto posmoderno” (41).
 Por otro lado, y en un nivel más profundo, la obra plantea un cuestionamiento directo de ese ‘regreso’ al pasado, a cómo se está creando la memoria ya que, afirma Becerra, “acudimos a una reconstrucción despolitizada y deshistorizada de la Historia, invitando al lector a mantener una relación complaciente con su pasado” (36). Es decir que la vertiente es doble: el novelista no solo regresa al pasado porque considere su presente aconflictivo sino que además regresa a ese pasado desde su condición posmoderna, es decir, deshistorizando el suceso. De manera que aquello que parecía surgir como un fenómeno para rescatar la memoria olvidada de España se convierte más bien en una moda literaria que despolitiza a los lectores frente a lo que verdaderamente es un conflicto histórico y político -con todo el peso que tienen esas palabras- del pasado español.
Ahora bien, el autor no se limita a delimitar el fenómeno sino que continúa preguntándose e interpelando: ¿cómo se lleva a cabo todo esto a partir de las novelas? y, sobre todo, ¿qué efectos produce? Tras el análisis pormenorizado de un amplio corpus en el que aparecen títulos, ensayos, artículos, fechas, nombres y apellidos de escritores y escritoras (algunos más conocidos que otros, de ahí su condición de obra responsable para con sus lectores y sobre todo necesaria) Becerra advierte que ese regreso al pasado que llevan a cabo las novelas se debe en una gran parte de ellas a una causa fortuita o a un estado de frustración del personaje (basado en el ideologema liberal, es decir, hace que el sujeto rebusque en su pasado por causas personales y no colectivas). Se trata de personajes que sienten en un primer momento cierta indiferencia hacia la memoria y hacia el pasado histórico, pero terminan acudiendo a él, de forma más o menos apasionada, cuando descubren que la historia que tienen entre manos les puede aportar una trama atractiva en su proceso de creación literaria. La memoria no repara el presente, solamente sus frustraciones individuales” (66-67). El argumento de muchas de las novelas estudiadas, por ende, se construye sobre una analepsis que poco tiene que ver con la conciencia de clase de los personajes o con la intención de cuestionar su presente sino más bien con un retroceso ‘fortuito’ a un pasado que jamás pone en peligro el presente.
Los efectos de esta moda literaria, por tanto, tienen que ver con la construcción de una concepción lineal de la Historia en la que no se pretende analizar el carácter político que verdaderamente tuvo la Guerra Civil porque “no forma parte de su proyecto ideológico dinamitar o hacer pedazos el presente” (39). Y para evitar que ese presente estalle en mil pedazos se vacía de sentido político a la Guerra Civil española, algo que David Becerra ya enunció en otra de sus obras, La novela de la no-ideología (2013). El hecho central del retorno al pasado tiene que ver con su propio cierre: los personajes no regresan a los hechos de la Guerra Civil para intervenir y cuestionarlos políticamente sino precisamente para “que el pasado deje de intervenir en el presente” (68). Hay una voluntad de frenar esas ‘intermitencias molestas’ del pasado en pro de una ‘reconciliación nacional’ que, ni mucho menos, profundiza en las razones y los hechos política e históricamente.
La literatura, dice David Becerra, es uno de los aparatos privilegiados de reproducción ideológica y por ello su libro señala sin tapujos de qué forma esta moda literaria está funcionando en muchas ocasiones (dentro de su heterogeneidad) con una ‘dialéctica de lo agradable’ que, como decía Isaac Rosa en el prólogo, “nos mueven a la reconciliación y delimitan una memoria de corto alcance, sin reparación ni justicia” (12). Es una literatura de evasión, en palabras del propio autor, que no pretende regresar al pasado para cuestionar el presente sino para cerrar un hecho traumático y colectivo -no nos olvidemos- de la realidad española. Y ante ese tipo de literatura que no quiere responsabilizarse y que rebusca sus materiales en un hecho trágico del pasado como si se tratase en muchas ocasiones de un cuento fantástico deberíamos alarmarnos y rebelarnos, como lo hace este libro.

Ángela Martínez Fernández // Nuestra Bandera, nº233 (junio, 2016), págs. 113-115.  
 



 

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