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jueves, 7 de julio de 2016

Jornadas Comunicación y crisis del capitalismo. Alternativas democráticas


 

Días 8 y 9 de Julio de 2016.
Aula Escalonada del Paraninfo Universidad Complutente. Calle San Bernardo 49. Madrid.
Metro Noviciado. 

Organiza: Fundación de Investigaciones Marxistas

Más info: http://www.fim.org.es/actividad.php?id_actividad=930


Programa: http://www.fim.org.es/media/2/2305.pdf


8 de julio.
16.00-18.30 Políticas culturales y de comunicación
Intervienen: David Becerra, César de Vicente y Carlos del Valle
Modera: Raúl Sánchez Cedillo

La escultura (o la escritura) en el pedestal. Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique Adoum


Estamos de celebración. Una de las novelas más emblemáticas de la literatura ecuatoriana vuelve a publicarse después de cuarenta años sin hacerlo. Nos referimos a la novela del poeta y novelista Jorge Enrique Adoum, Entre Marx y una mujer desnuda. Publicada originalmente por Siglo XXI en México en 1976, y que es ahora reeditada por la filial colombiana de Random House. 

Entre Marx y una mujer desnuda debe considerarse, sin duda, como una de las mejores novelas que se han escrito en lengua española, como una de las novelas más interesantes que se ha producido en América Latina. Es una novela donde la experimentación formal no está reñida con el compromiso político, sino todo lo contrario: la subversión del lenguaje se concibe como una forma de subvertir asimismo la realidad, y la presencia de lo onírico no aparece en el texto como un inocente juego vanguardista, sino que se concibe —y ya lo apunta Lenin en la cita que abre la novela— como posibilidad de futuro. 

Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique —o Jorgenrique, como firmó en sus últimos años— es un texto —¿acaso no nos atrevemos a decir que es una novela?— que puede leerse como se mira una escultura: por cada uno de sus lados, de sus cuatro dimensiones. Hay una escena en la que el autor/narrador/personaje dice que su meta es «ensayar una novela más cercana a la escultura que a la pintura, es decir que pudiera comprobarse lateralmente, leerse en cualquier orden, o dejarla inconclusa a fin de poner a trabajar al lector acostumbrado a siglos de pereza». Creo que no hay mejor manera de definir esta novela sino como una escultura que se puede mirar por todos sus costados, y cada uno de ellos te permite leerla de una manera diferente. Por eso es una novela donde los significados se multiplican —no es lo mismo leerla desde un lado, que desde el opuesto—. Jorgenrique consiguió una novela tetradimensional. 

Tal vez por esta razón la novela de Adoum es muchas novelas a la vez sin ser en realidad ninguna. Porque el lector puede encontrar en Entre Marx y una mujer desnuda una novela de adulterio, una novela biográfica o una novela del indio. Depende desde dónde nos acerquemos a mirar la escultura. Si el lector quiere naufragar en la anécdota, puede leer Entre Marx y una mujer desnuda como una trepidante novela de adulterio, como la de los folletines decimonónicos, donde un escritor pobre y acaso maldito se entiende con una mujer despechada y mal casada con un rico hacendado. Una historia de amor prohibido incapaz de funcionar fuera de los encuentros clandestinos de los amantes, porque en realidad ella no quiere renunciar al estatus que le confiere su matrimonio. «No te casaste con un hombre, sino con la burguesía, y es de ella de quien no quieres separarte», le increpa el amante. 

Pero a su vez, Entre Marx y una mujer desnuda puede leerse como una biografía novelada del escritor comunista Joaquín Gallegos Lara. Aunque a medida que avanza la lectura, el lector atento empieza a sospechar que la novela está en parte protagonizada por el autor de Las cruces sobre el agua, esto no se confirma hasta que alcanza a leer el prólogo de la novela que, extrañamente, empieza en la página 233. Adoum homenajea con esta novela al escritor del Grupo de Guayaquil a la vez que utiliza su minusvalía como metáfora de un pueblo ecuatoriano políticamente inmovilizado. Porque, como dice el texto, «a fin de cuentas, todos tenemos las piernas más o menos rotas por la comodidad, atadas por la costumbre, deformadas por el temor, inválidas por la complicidad con un sistema que rechazamos en nuestros momentos de lucidez pero al que nos sometemos cada día». 

Y Entre Marx y una mujer desnuda acaso sea también una novela del indio. El conflicto de la novela se resuelve —o ha de resolverse— a través de la acción del indio, que rompe a hablar al ver que la oligarquía privatiza su agua, el agua que mana de los pozos que ha cavado: «Después de cuatrocientos años de silencio alguien dice trabajosamente, como si las palabras se abrieran paso a codazos a través de los siglos de frío y de humo: “No podimos esperar más [...] No podemos seguir aguantando”». 

Pero volvamos al fragmento inicial, a aquel en el que Adoum entiende su novela como una escultura. Aparece allí una idea clave que asimismo define su escritura: el propósito de retar al lector, de poner a trabajar a ese lector acostumbrado a leer una literatura lineal, demasiado sencilla, y casi siempre acrítica. Exigir política y estéticamente al lector para activarlo es uno de los objetivos que persigue esta compleja novela. Por medio de la complejidad narrativa que el texto presenta, se busca transformar al lector, convertirlo en un sujeto activo en el ejercicio de lectura, no un sujeto pasivo que asume —sin pensar— todo lo que literariamente engulle. Forma y fondo se entrelazan en Entre Marx y una mujer desnuda; la experimentación en el caso de esta novela —y esto es casi una excepción— es también una forma de compromiso político. No experimenta para divertirse con las palabras, sino para emanciparnos de los sentidos totalitarios que imponen quienes poseen los medios de producción de los sentidos. 

En esta novela, la experimentación es un modo de ahondar en la función de la literatura en el capitalismo. Theodor W. Adorno se preguntaba cómo se podría seguir escribiendo poesía después del horror que significó Auschwitz. Parece como si Adoum se preguntara, en Entre Marx y una mujer desnuda, cómo seguir escribiendo bajo el capitalismo, en un sistema que todo aquello que toca lo convierte en mercado, en entretenimiento vacuo, en espectáculo vacío. Porque el capitalismo ha convertido al escritor en un payaso, en una niñera que entretiene a los lectores en sus ratos libres —se apunta en la novela—. Porque el capitalismo demuestra que la literatura ha fracasado cuando ha renunciado a intervenir en el debate público, cuando ya no asume viejos compromisos de transformación social, y ha desertado de su función de ser una fuente de conocimiento. 

¿Cómo escribir bajo el capitalismo?, podría ser la pregunta que se trata de responder Adoum en una novela que, desde la primera página, se va construyendo y destruyendo. En una novela en la que encontramos al escritor/narrador sacando la página que acabamos de leer de la máquina de escribir, haciendo una pelota con el folio descartado, e intentando una y otra vez escribir el comienzo de una novela. 

El lector observa al escritor en su trabajo productivo. Indeciso, siempre titubeando. Ve cómo escribe y rescribe su novela y cómo borra y suprime pasajes; y, en consecuencia, el lector se encuentra de pronto con capítulos inacabados y otros a medio empezar. El lector ve al escritor reflexionar sobre la relación entre el lenguaje y el mundo, pensando que tal vez la destrucción del lenguaje pueda asimismo suponer la destrucción del capitalismo. Porque, bien lo sabe el autor, el lenguaje ordena el mundo, construye relatos de legitimación, y acaso desordenando el lenguaje, atentando contra él, sea posible hacer añicos ese mundo que el lenguaje ordena. Se asume el riesgo de caer en aquello que ya dijo Brecht de los poetas expresionistas: pretendían rebelarse contra el capitalismo y terminaron por rebelarse contra la gramática. 

Sin embargo, Jorge Enrique Adoum se adelanta a nosotros y saca a colación otra acertada frase de Brecht. Decía Gramsci que un momento de crisis es aquel en que el mundo viejo no termina de marcharse, pero el mundo nuevo todavía no ha terminado de llegar. Como si quisiera aplicar esta definición de crisis gramsciana al ámbito de la literatura, Brecht nos dice —y así se cita en Entre Marx y una mujer desnuda— que «en una sociedad como la nuestra, cuyas bases se encuentran en un proceso de transformación revolucionaria, las viejas formas incapacitan a la literatura para influir en la configuración de nuevos modos de vida». La complejidad de Entre Marx y una mujer desnuda se debe, pues, a que se produce en medio de «un proceso de transformación revolucionaria», donde las viejas formas narrativas ya no funcionan y hay que buscar unas nuevas, explorar vías distintas para la construcción de un discurso literario otro. Entre Marx y una mujer desnuda es el resultado de esa búsqueda. 

Pero a su vez, ya lo decíamos al principio, Entre Marx y una mujer desnuda es una apuesta por los sueños. La cita de Lenin con la que se abre la novela es en este sentido muy significativa. Dice Lenin que «el desacuerdo entre el sueño y la realidad no tiene nada de nocivo, siempre que el hombre que sueña crea seriamente en su sueño, que observe atentamente la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, de una manera general, trabaje a conciencia por la realización de su sueño». Y acaso no estemos, al leer Entre Marx y una mujer desnuda, ante otra cosa que no sea un sueño. Es obligación del lector descubrirlo. Y, les aseguro, valdrá la pena descubrirlo. Porque, en mi opinión, estamos ante una de las novelas más interesantes escritas en lengua española. Acérquense a ella como quien se acerca a una escultura, y mírenla por todos sus costados, léanla lateralmente. Y, como lectores, construyan un pedestal para que esta escultura pueda ser vista también desde lejos. Porque, como decía Jorge Enrique Adoum en la entrevista que le realizó su hija y periodista Alejandra Adoum para el documental titulado Jorgenrique, dirigido por Poncho Álvarez, la literatura ecuatoriana es una literatura de altura, de gran calidad, pero sucede que nadie se ha preocupado en construir un pedestal desde el cual pueda ser contemplada o leída. Esta escultura hecha de palabras titulada Entre Marx y una mujer desnuda, como el conjunto de la literatura ecuatoriana, necesita apoyarse en un pedestal para que no solo los ecuatorianos y las ecuatorianas puedan disfrutarla y leerla. Hay en el Ecuador una producción literaria que poco o nada tiene que envidiarles a otros países de habla hispana. Solamente hay que trabajar, entre todos y todas, para construir ese pedestal que la literatura tanto necesita. 

Hagámoslo. Ya no hay excusas. Ha llegado el momento.

David Becerra Mayor // Cartón Piedra, nº242 (19 de junio 2016), págs. 81-83. Fuente: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton-piedra/34/la-escultura-o-la-escritura-en-el-pedestal

stamos de celebración. Una de las novelas más emblemáticas de la literatura ecuatoriana vuelve a publicarse después de cuarenta años sin hacerlo. Nos referimos a la novela del poeta y novelista Jorge Enrique Adoum, Entre Marx y una mujer desnuda. Publicada originalmente por Siglo XXI en México en 1976, y que es ahora reeditada por la filial colombiana de Random House. Entre Marx y una mujer desnuda debe considerarse, sin duda, como una de las mejores novelas que se han escrito en lengua española, como una de las novelas más interesantes que se ha producido en América Latina. Es una novela donde la experimentación formal no está reñida con el compromiso político, sino todo lo contrario: la subversión del lenguaje se concibe como una forma de subvertir asimismo la realidad, y la presencia de lo onírico no aparece en el texto como un inocente juego vanguardista, sino que se concibe —y ya lo apunta Lenin en la cita que abre la novela— como posibilidad de futuro. Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique —o Jorgenrique, como firmó en sus últimos años— es un texto —¿acaso no nos atrevemos a decir que es una novela?— que puede leerse como se mira una escultura: por cada uno de sus lados, de sus cuatro dimensiones. Hay una escena en la que el autor/narrador/personaje dice que su meta es «ensayar una novela más cercana a la escultura que a la pintura, es decir que pudiera comprobarse lateralmente, leerse en cualquier orden, o dejarla inconclusa a fin de poner a trabajar al lector acostumbrado a siglos de pereza». Creo que no hay mejor manera de definir esta novela sino como una escultura que se puede mirar por todos sus costados, y cada uno de ellos te permite leerla de una manera diferente. Por eso es una novela donde los significados se multiplican —no es lo mismo leerla desde un lado, que desde el opuesto—. Jorgenrique consiguió una novela tetradimensional. Tal vez por esta razón la novela de Adoum es muchas novelas a la vez sin ser en realidad ninguna. Porque el lector puede encontrar en Entre Marx y una mujer desnuda una novela de adulterio, una novela biográfica o una novela del indio. Depende desde dónde nos acerquemos a mirar la escultura. Si el lector quiere naufragar en la anécdota, puede leer Entre Marx y una mujer desnuda como una trepidante novela de adulterio, como la de los folletines decimonónicos, donde un escritor pobre y acaso maldito se entiende con una mujer despechada y mal casada con un rico hacendado. Una historia de amor prohibido incapaz de funcionar fuera de los encuentros clandestinos de los amantes, porque en realidad ella no quiere renunciar al estatus que le confiere su matrimonio. «No te casaste con un hombre, sino con la burguesía, y es de ella de quien no quieres separarte», le increpa el amante. Pero a su vez, Entre Marx y una mujer desnuda puede leerse como una biografía novelada del escritor comunista Joaquín Gallegos Lara. Aunque a medida que avanza la lectura, el lector atento empieza a sospechar que la novela está en parte protagonizada por el autor de Las cruces sobre el agua, esto no se confirma hasta que alcanza a leer el prólogo de la novela que, extrañamente, empieza en la página 233. Adoum homenajea con esta novela al escritor del Grupo de Guayaquil a la vez que utiliza su minusvalía como metáfora de un pueblo ecuatoriano políticamente inmovilizado. Porque, como dice el texto, «a fin de cuentas, todos tenemos las piernas más o menos rotas por la comodidad, atadas por la costumbre, deformadas por el temor, inválidas por la complicidad con un sistema que rechazamos en nuestros momentos de lucidez pero al que nos sometemos cada día». Y Entre Marx y una mujer desnuda acaso sea también una novela del indio. El conflicto de la novela se resuelve —o ha de resolverse— a través de la acción del indio, que rompe a hablar al ver que la oligarquía privatiza su agua, el agua que mana de los pozos que ha cavado: «Después de cuatrocientos años de silencio alguien dice trabajosamente, como si las palabras se abrieran paso a codazos a través de los siglos de frío y de humo: “No podimos esperar más [...] No podemos seguir aguantando”». Pero volvamos al fragmento inicial, a aquel en el que Adoum entiende su novela como una escultura. Aparece allí una idea clave que asimismo define su escritura: el propósito de retar al lector, de poner a trabajar a ese lector acostumbrado a leer una literatura lineal, demasiado sencilla, y casi siempre acrítica. Exigir política y estéticamente al lector para activarlo es uno de los objetivos que persigue esta compleja novela. Por medio de la complejidad narrativa que el texto presenta, se busca transformar al lector, convertirlo en un sujeto activo en el ejercicio de lectura, no un sujeto pasivo que asume —sin pensar— todo lo que literariamente engulle. Forma y fondo se entrelazan en Entre Marx y una mujer desnuda; la experimentación en el caso de esta novela —y esto es casi una excepción— es también una forma de compromiso político. No experimenta para divertirse con las palabras, sino para emanciparnos de los sentidos totalitarios que imponen quienes poseen los medios de producción de los sentidos. En esta novela, la experimentación es un modo de ahondar en la función de la literatura en el capitalismo. Theodor W. Adorno se preguntaba cómo se podría seguir escribiendo poesía después del horror que significó Auschwitz. Parece como si Adoum se preguntara, en Entre Marx y una mujer desnuda, cómo seguir escribiendo bajo el capitalismo, en un sistema que todo aquello que toca lo convierte en mercado, en entretenimiento vacuo, en espectáculo vacío. Porque el capitalismo ha convertido al escritor en un payaso, en una niñera que entretiene a los lectores en sus ratos libres —se apunta en la novela—. Porque el capitalismo demuestra que la literatura ha fracasado cuando ha renunciado a intervenir en el debate público, cuando ya no asume viejos compromisos de transformación social, y ha desertado de su función de ser una fuente de conocimiento. ¿Cómo escribir bajo el capitalismo?, podría ser la pregunta que se trata de responder Adoum en una novela que, desde la primera página, se va construyendo y destruyendo. En una novela en la que encontramos al escritor/narrador sacando la página que acabamos de leer de la máquina de escribir, haciendo una pelota con el folio descartado, e intentando una y otra vez escribir el comienzo de una novela. El lector observa al escritor en su trabajo productivo. Indeciso, siempre titubeando. Ve cómo escribe y rescribe su novela y cómo borra y suprime pasajes; y, en consecuencia, el lector se encuentra de pronto con capítulos inacabados y otros a medio empezar. El lector ve al escritor reflexionar sobre la relación entre el lenguaje y el mundo, pensando que tal vez la destrucción del lenguaje pueda asimismo suponer la destrucción del capitalismo. Porque, bien lo sabe el autor, el lenguaje ordena el mundo, construye relatos de legitimación, y acaso desordenando el lenguaje, atentando contra él, sea posible hacer añicos ese mundo que el lenguaje ordena. Se asume el riesgo de caer en aquello que ya dijo Brecht de los poetas expresionistas: pretendían rebelarse contra el capitalismo y terminaron por rebelarse contra la gramática. Sin embargo, Jorge Enrique Adoum se adelanta a nosotros y saca a colación otra acertada frase de Brecht. Decía Gramsci que un momento de crisis es aquel en que el mundo viejo no termina de marcharse, pero el mundo nuevo todavía no ha terminado de llegar. Como si quisiera aplicar esta definición de crisis gramsciana al ámbito de la literatura, Brecht nos dice —y así se cita en Entre Marx y una mujer desnuda— que «en una sociedad como la nuestra, cuyas bases se encuentran en un proceso de transformación revolucionaria, las viejas formas incapacitan a la literatura para influir en la configuración de nuevos modos de vida». La complejidad de Entre Marx y una mujer desnuda se debe, pues, a que se produce en medio de «un proceso de transformación revolucionaria», donde las viejas formas narrativas ya no funcionan y hay que buscar unas nuevas, explorar vías distintas para la construcción de un discurso literario otro. Entre Marx y una mujer desnuda es el resultado de esa búsqueda. Pero a su vez, ya lo decíamos al principio, Entre Marx y una mujer desnuda es una apuesta por los sueños. La cita de Lenin con la que se abre la novela es en este sentido muy significativa. Dice Lenin que «el desacuerdo entre el sueño y la realidad no tiene nada de nocivo, siempre que el hombre que sueña crea seriamente en su sueño, que observe atentamente la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, de una manera general, trabaje a conciencia por la realización de su sueño». Y acaso no estemos, al leer Entre Marx y una mujer desnuda, ante otra cosa que no sea un sueño. Es obligación del lector descubrirlo. Y, les aseguro, valdrá la pena descubrirlo. Porque, en mi opinión, estamos ante una de las novelas más interesantes escritas en lengua española. Acérquense a ella como quien se acerca a una escultura, y mírenla por todos sus costados, léanla lateralmente. Y, como lectores, construyan un pedestal para que esta escultura pueda ser vista también desde lejos. Porque, como decía Jorge Enrique Adoum en la entrevista que le realizó su hija y periodista Alejandra Adoum para el documental titulado Jorgenrique, dirigido por Poncho Álvarez, la literatura ecuatoriana es una literatura de altura, de gran calidad, pero sucede que nadie se ha preocupado en construir un pedestal desde el cual pueda ser contemplada o leída. Esta escultura hecha de palabras titulada Entre Marx y una mujer desnuda, como el conjunto de la literatura ecuatoriana, necesita apoyarse en un pedestal para que no solo los ecuatorianos y las ecuatorianas puedan disfrutarla y leerla. Hay en el Ecuador una producción literaria que poco o nada tiene que envidiarles a otros países de habla hispana. Solamente hay que trabajar, entre todos y todas, para construir ese pedestal que la literatura tanto necesita. Hagámoslo. Ya no hay excusas. Ha llegado el momento.

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton-piedra/34/la-escultura-o-la-escritura-en-el-pedestal
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