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lunes, 6 de abril de 2015

Entrevista en Rebelión sobre "La Guerra Civil como moda literaria" (y V)

“Un científico no puede renunciar al conocimiento, el objetivo de su trabajo no puede ser otro que la búsqueda de la verdad”

Salvador López Arnal
Prosigo, es la última. ¿Qué tienes en contra de la aproximación neohumanista a nuestra Guerra Civil? ¿El marxismo no es, realmente, un humanismo bien entendido?
Agradezco mucho esta pregunta porque me va a permitir aclarar algunas cosas; «humanismo» es una palabra a la que constantemente nos referimos pero raramente nos hemos preocupado de significarla, y en consecuencia la asumimos con un valor positivo, pero sin saber muy bien qué significa. Lo mismo ocurre, en consecuencia, con neohumanismo. Entiendo por neohumanismo –concepto también procede de nuestro mayor teórico marxista: Juan Carlos Rodríguez– como una estrategia ideológica en la que se borran –de nuevo- lo político y lo social (la historicidad) a favor de una lectura del conflicto en términos humanos. El neohumanismo concibe que los hombres en tanto que hombres son todos iguales, comparten un mismo espíritu, una misma esencia que los iguala, sin tener en cuenta sus identidades políticas o sociales. Lo que importa es el interior del ser humano (su espíritu, su esencia) y no lo exterior, que se considera accidental (lo histórico, lo político, lo social). En este sentido, en la novela sobre la Guerra Civil, reconocemos una estrategia neohumanista cuando algunos personajes, reales o ficticios, se igualan desde su interior, sin atender a su exterior, si es republicano o golpista, cuestión que queda en un segundo plano. En este sentido es paradigmática la novela La mula de Eslava Galán, donde, en un episodio central, dos amigos enfrentados por la guerra se funden en un abrazo indisoluble cuando se encuentran en una plaza sin armas. Son iguales, se reconocen, se identifican, porque hay algo común –comparten ese espíritu humano– y lo otro es accidental, superficial, y solo desean que ese accidente llamado Guerra Civil se termine para poder volver a ser Uno, un solo espíritu libre. Pero la Guerra Civil no fue un accidente, tuvo un componente político y social, histórico, que la lectura neohumanista desplaza.
Entonces, me vuelvo a salir del guión, una aproximación como ésta (es de Manuel Sacristán, de un largo artículo enciclopédico de 1958), ¿qué te parece?  
Desde los primeros años de la posguerra se encendió una polémica en la que se reprochó al marxismo ser infiel a su explícita afirmación de humanismo. Los varios argumentos esgrimidos (por pensadores muy diversos, como Croce, Popper, Sartre, Jaspers, Von Mises, Merleau-Ponty, los padres Bigo, Chambre, Wetter, Bochenski, etc.) pueden acaso resumirse así 1.º el marxismo no puede ser un humanismo porque determina económicamente al hombre; 2º, el marxismo no se comporta como un humanismo porque admite la violencia. Los argumentos marxistas contra esas críticas podrían quizá compendiarse como sigue: 1º, el marxismo no postula la determinación de la humanidad por factores económicos, sino que la descubre y aspira a terminar con ella; 2.º, el marxismo no propugna la introducción de la violencia en la sociedad, sino que comprueba su existencia en ella en forma de instituciones coactivas de conservación de la estructura social dada, así como en formas espirituales, como la inculcación a los niños de las ideas morales, etc., representativas del orden social establecido. La polémica tiene en su fondo una oposición entre los conceptos de libertad tradicional y marxista: mientras que el concepto tradicional de libertad se define negativamente -”libre arbitrio de indiferencia”” o “nulidad” de la angustia existencial-, en la teoría marxista, libertad equivale a “desarrollo real de las capacidades del hombre”.
Insisto: ¿de qué hablamos cuando hablamos de humanismo? Dice Carlos Fernández Liria, muy a menudo, que se hace imprescindible fijar los conceptos sobre los que estamos hablando para que no nos cambien de conversación. No digo que tú lo hagas, aunque reconoces que te sales del guión con esta pregunta. Por eso hay que ver qué entendemos por humanismo. El humanismo –y esto también lo explica muy bien Juan Carlos Rodríguez, again- forma parte del discurso ideológico de la primera burguesía que, frente a la nobleza que legitimaba su posición de clase por medio de la sangre (si esta es azul o roja), tiene que inventar –o producir- una nueva categoría social mediante la cual poder disputar el poder a la clase dominante, una nobleza feudalizante. Frente a la idea de que el exterior (el cuerpo, la sangre) determina el status social de un individuo, la burguesía inventa el interior, y se formaliza por medio de distintos ideologemas: el alma, la virtud, el mérito, el trabajo, etc. La ideología humanista sirve para legitimar la igualdad esencial de todos los hombres para discutir los categorizadores sociales del feudalismo. La igualdad esencial de todos los hombres contraviene la ideología hasta el momento dominante, que decía que hay quien nace noble y a quien hace plebeyo. La burguesía, si aspira a convertirse en clase dominante, tiene que cuestionar esta idea y empezar a reivindicar la igualdad de cuna. Y el humanismo opera en este cambio de paradigma, es una herramienta de lucha de la burguesía para disputarle el poder a la nobleza. Hemos de partir de aquí a la hora de dirimir si el marxismo es un humanismo o no; pero, teniendo en cuenta el origen del mismo, habría que redefinir previamente el término «humanismo» para fue diera el resultado esperado en la lucha por la emancipación del proletariado.
Citas a Terry Eagleton en el apartado que estamos, que estás comentando. ¿Te interesa su obra? ¿Tomas pie en sus reflexiones? ¿No se pone a veces demasiado psicoanalítco?
Sí, me interesa mucho Terry Eagleton. Es verdad que tiene obras en exceso psicoanalíticas, sobre todo sus últimos libros, que además pueden ser tremendamente complicados para alguien que no está habituado a la teoría del psicoanálisis. En este sentido, recuerdo la lectura de uno de sus últimos libros, Los extranjeros: por una ética de la solidaridad, que empieza con una profunda y compleja reflexión sobre Lacan y los espejos. Eagleton me interesa fundamentalmente como crítico literario, ya que ha escrito libros imprescindibles para el estudio de la literatura como pueden ser Cómo leer un poema o El acontecimiento de la literatura. Fuera de la teoría o la crítica literaria, me resultó muy útil Ideología: una introducción, un libro fundamental para desentrañar cómo se ha ido transformando el concepto «ideología» desde la Revolución francesa hasta prácticamente hasta hoy. Y en un ámbito menos académico, me gusta mucho recomendar su ensayo Por qué Marx tenía razón.
Hablas también en algunos momentos del descrédito de los paradigmas objetivistas. ¿Qué es un paradigma objetivista? ¿Quiénes abonan ese descrédito?
Ya que estamos hablando de Terry Eagleton, en su libro Las ilusiones de posmodernismo define el posmodernismo como un estilo de pensamiento que desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad. A eso me refiero cuando hablo del descrédito de los paradigmas objetivistas, a cómo, desde postulados posmodernos, se asume que el mundo –o la Historia- no se puede aprehender en su totalidad; supone una renuncia a la ambición de conocer, de acercarnos a la verdad, de tratar de entender e interpretar el mundo. ¿Quiénes abonan ese descrédito? Aquellos novelistas que se regocijan en la imposibilidad de saber, que hacen elogio de la opacidad como actitud intelectual, como es por ejemplo Javier Cercas, que no solo reconoce que es imposible conocer la Historia y decide conformarse con su relato, sino que además cree que la labor del intelectual es poner obstáculos al conocimiento mismo de la Historia.
Sin que sea mi causa algunos comentaristas podrían señalarte: pero si en la epistemología de las ciencias duras ya no está de moda la mirada objetivista sobre la ciencia, la objetividad, añadirían, es básicamente intersubjetividad compartida… y provisionalmente además, ¿cómo se va a aspirar a la objetividad en terrenos mucho más pantanosos? Con los buenos relatos ya es suficiente .
Que no esté de moda no significa que tengamos que renunciar a ella. Un científico –sea de ciencias duras, sociales o humanas- no puede renunciar al conocimiento, y el objetivo de su trabajo no puede ser otro que la búsqueda de la verdad. Puede que no la encuentre, pero no puede perder esa ambición. Soy consciente de que lo que estoy diciendo puede sonar anticuado a más de uno, pero creo que tenemos que subrayarlo; de lo contrario, abonamos el terreno para que vengan los que quieren servirnos la ciencia y la Universidad a la bolognesa, diciéndonos que en tanto que la verdad no se puede alcanzar y que por ende no podemos poner la Universidad al servicio de la verdad, entonces pongámosla al servicio de la sociedad –quieren decir: sociedad de mercado-. Es preciso subrayar que el único fin del conocimiento es el conocimiento mismo, y luego ya veremos para qué sirve. Creo que la búsqueda de la verdad es también una forma de resistir ante la ofensiva neoliberal.
Citas positivamente una novela de una ex alumna de Sacristán, por cierto, de Rosa Regàs, Luna lunera. ¿Por qué? ¿Qué tiene de destacable?
Me interesó mucho Luna lunera de Regàs porque creo que funciona como perfecto contrapunto de lo que podemos denominar, dentro de este descrédito del paradigma objetivista, la «negación del testimonio» como medicación válida para el conocimiento de la Historia. Muchas novelas –y vuelve a ser un ejemplo Soldados de Salamina de Javier Cercas- se construyen sobre esta negación del testimonio, se nos dice que el testimonio, en tanto que sujeto con intereses en la Historia, va a construir un relato en el que él salga beneficiado. Y, en consecuencia, se niega la validez de cualquier testimonio porque su reconstrucción de la Historia, y se concibe la Historia como un relato de ficción personal. Como dice Cercas últimamente, todos somos impostores. Y, si todos somos impostores, para qué vamos a escuchar a alguien, si de nadie nos podemos fiar. Es cierto que todos, cuando construimos relatos sobre nuestras vivencias, lo hacemos atravesados por nuestra subjetividad y, llegado el caso, incluso podríamos mentir para defender nuestros intereses. Aquí Cercas tiene razón, pero extraer de esto que el testimonio no es válido, que la historia oral no es válida, supone una renuncia a la ambición de conocer y, sobre todo, supone no saber manejar ciertas herramientas metodológicas de investigación. Porque precisamente la labor del historiador –y también del novelista- es discernir entre la mediación (el testimonio y sus intereses) y su objeto de estudio (la Historia), no negar la posibilidad de aprehender la Historia porque el testimonio más que acercarte a la verdad, te aleja. Basta con no confundir una cosa con otra.
Pero en realidad –que me iba- me preguntabas por Rosa Regàs y su Luna lunera. Te decía que me interesaba porque se opone a esta «crisis del testimonio», porque Regàs sí se detiene a escuchar a los distintos testimonios que vivieron la guerra para hablarnos de la Guerra Civil. Regàs, aunque asume, inteligentemente, que el testimonio no puede ser totalmente un sinónimo de verdad, ya que el testimonio ha olvidado cosas, otras las confunde, no recuerda del todo bien algún episodio, a veces se puede contradecir, sí entiende que puede ser un vehículo para llevarnos a la verdad. Simplemente hay que saber manejarlo. Además, también de un modo muy inteligente, el único testimonio sobre el que cierne una duda en Luna lunera es el abuelo protagonista, un fascista catalán, católico, que actúa como un perfecto dictador doméstico. Esa voz sí se pone en cuestión, porque es la voz del poder. Ese es el gran acierto, en mi opinión, de Rosa Regàs.
Comentas también de la trilogía de Javier Marías. ¿Qué opinión tienes de este autor? ¿No es gran novelista en tu opinión?
Aunque Marías estructura su trilogía sobre la dialéctica Historia/narratividad, casi a la manera de Cercas, y constantemente se detecta una preocupación por el hecho de que la Historia –la verdad- se someta al relato, en Javier Marías se dice, a diferencia de lo que ocurre en Soldados de Salamina, que esta confusión forma parte de nuestra época -que él no llama ni capitalista ni posmoderna- en la que hay en circulación un exceso de relatos que, a la postre, terminarán por suplantar la Historia. Solamente por este hecho, la trilogía Tu rostro mañana de Javier Marías me ha resultado interesante.
¿Qué es una novela histórica apócrifa? ¿No lo son todas? Son ficción, no aspiran a construir ensayos documentados de la A a la Z.
Una novela histórica apócrifa es aquella en la que personajes históricos, reales, se incorporan a la trama y, una vez dentro, o bien cambian el sentido de la Historia o bien se explica lo que sucedió históricamente, pero a través de un episodio ficticio. Creo que un ejemplo lo aclara: Riña de gatos de Eduardo Mendoza está protagonizada, entre otros, por José Antonio Primo de Rivera. Como sabemos, el 14 de marzo de 1936 José Antonio Primo de Rivera ingresa en la Modelo de Madrid y que más tarde, el 5 de junio, es trasladado a la prisión de Alicante. La novela de Mendoza recoge estos hechos pero se explican a través de intrigas ficticias. En Riña de gatos José Antonio no es detenido por posesión de armas –como así fue históricamente– sino porque la duquesa protagonista ha visto últimamente triste a su hija Paquita, con quien en el pasado se había entendido el líder falangista, y cree que la causa de su desdicha se localiza en José Antonio. La duquesa, entonces, va a hablar con el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora para pedirle que detenga al líder falangista.
Pero no, no todas las novelas históricas son apócrifas. Solo lo son las que así funcionan, que no son todas ni mucho menos. Es cierto que hay que diferenciar entre una licencia poética (como es este caso), que se queda en simple juego literario, y un falseamiento de la Historia, cosa que no ocurre en Riña de gatos. Pero hay un caso muy divertido, que quizá nos debería ayudar a reflexionar un poco sobre las licencias poéticas, las historias apócrifas y sus consecuencias. Pedro de Paz escribe una novela policíaca, ambientada en la Guerra Civil, titulada El hombre que mató a Durruti. Creo que el título es lo suficiente explícito como para tener que decir de qué va. La cuestión es que el detective protagonista de la novela llega a la conclusión de que a Durruti lo mató el sargento Manzana, que, infiltrado en Madrid, tenía por misión terminar con el líder anarquista. Lo que parecía un accidente (a Manzana se le disparó por error el arma que hirió de muerte a Durruti), no fue tal, sino que fue premeditado. Así se resuelve el enigma en la novela. ¿Por qué digo que hay que tener cuidado con las licencias poéticas? Porque la novela de Pedro de Paz cayó a manos de familiares del sargento, que al concluir la guerra se exilió en México, y le pidieron al novelista una rectificación, ya que consideraban que habían manchado la memoria de su familiar. El novelista entonces incorporó un epílogo a la segunda edición de la novela escudándose en la clásica idea de que la literatura solo a la literatura se debe. Pero no: si quieres hacer novela histórica también debes deberte a la verdad histórica, por muchas licencias poéticas que quieran introducir.
¿Se aniquila la memoria de los vencidos en muchas de las novelas analizadas? ¿Conscientemente? ¿Se pretende una revisión ideológica de nuestra historia reciente?
En algunos casos, sí; en algunos casos, podemos hablar de revisionismo histórico en la narrativa española actual. Esos casos se tratan, sobre todo, en el capítulo segundo, titulado «El mito de la cruzada de Franco en la narrativa española actual», aspecto del que ya hemos hablado anteriormente.
Se nota tu entusiasmo por ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! de Isaac Rosa. ¿Quieres añadir algo más a lo que en su momento comentaste?
Simplemente que es una novela con la que comparto muchos puntos de partida; pero ya que me permites añadir algo, diré que ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! me parece el mejor experimento narrativo de la literatura reciente, no solo por lo que tiene de ingenioso incluir un nuevo personaje, que es el lector, que al final de cada capítulo introduce una crítica al joven novelista y le cuestiona sus planteamientos narrativos pero también ideológicos, sino porque me parece que lo que hace Isaac Rosa en esta novela es un gran ejercicio de autoconciencia que le permite romper con su inconsciente ideológico, aquel que, en La malamemoria, le había impostado su voz.
Por cierto, ¿qué tal La malamemoria de la que la Otra maldita… sería, digamos, una reescritura?
No quiero competir en críticas con el impertinente lector que se cuela en La malamemoria y que incluso la retitula llamándola ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! Si queremos saber cómo era La malamemoria podemos leer ¡Otra maldita novela...! porque Isaac Rosa no toca en absoluto el texto, simplemente, como digo, añade la voz de un lector que le boicotea la novela, pero siempre al final de cada capítulo, en cursiva y con asteriscos. La novela original no se toca. Pero el texto original permanece intacto en su reescritura En realidad el impertinente lector es muy educado. Pero La malamemoria es una novela que reproduce muchas de las ideas dominantes de las que venimos hablando y que contribuyen a la liquidación de la historicidad: despolitización, guerra fratricida, neohumanismo, etc. Lo importante, insisto, es cómo Isaac Rosa rompe con el Isaac Rosa anterior y se enfrenta a su propia novela. Es un gesto de honestidad intelectual. Pocos se atreverían a hacerlo.
El vano ayer no es ciertamente una novela sobre nuestra guerra civil, pero, en tu opinión, ¿ese es el tipo de novela que enlaza pasado y presente que merece la pena?  
El vano ayer es una de las novelas más interesantes que se han escrito en España en las últimas décadas. Es una reflexión muy honda sobre la escritura de la Historia. Pero me está dando un poco de apuro hablar tan bien de Isaac Rosa... va a parecer que es una forma de pagarle la deuda por el prólogo escrito. Aunque, bien mirado, Isaac Rosa no tiene pinta de dejarte una cabeza de caballo por no pagarle una deuda...
A mi me parece muy bien que hables muy bien de Isaac Rosa. A la gente grande se la conoce en que resulta aún más grande cuando se la conoce… y eso que yo no le conozco personalmente.
Me apoyo ahora en tu coda: ¿cuándo una crítica es revolucionaria?
Cuando pretende transformar el presente, cuando persigue contribuir a la construcción de un horizonte de emancipación político y social, cuando discute con el poder y sus relatos, cuando señala quiénes son los poderosos y cómo forjaron su poder.
Citas a una autora, Fina Birulés, y lo haces en catalán. ¿Eso está muy bien no?
No es un descuido, está hecho a propósito. Creo que tenemos que normalizar que las otras lenguas oficiales del Estado español también pueden servir como lenguas vehiculares. Sería una forma de reconocer nuestra riqueza cultural, nuestra pluralidad lingüística. Debemos abandonar la idea de que el hecho de que en este país de países se hablen distintitas lenguas pueda suponer un obstáculo; al contrario, no lo es, y debemos hacer lo posible para normalizarlo. En los textos científicos y académicos es frecuente encontrar textos en inglés o francés, incluso en alemán, pero resulta difícil encontrar textos en cualquier otra lengua del Estado. Si no traducimos aquellos, por qué vamos a traducir estos.
¿De donde tu pasión por las tesis de Benjamin? Tu elogio de las aproximaciones que de ellas hace Reyes Mate merece ser destacado. Por justicia y reconocimiento.
Walter Benjamin es uno de los imprescindibles. Y, si me lo permites, hay que decir que es uno de los nuestros. Digo esto porque estamos viviendo (padeciendo) una apropiación de Walter Benjamin por parte de pensadores posmodernos y post-estructuralistas que lo utilizan para explicar cualquier cosa. Es cierto que Benjamin, cuya obra es tan rica en interpretaciones, puede servir para explicar cualquier cosa, pero observo que también estamos viviendo una despolitización de Walter Benjamin. Y Walter Benjamin es un pensador marxista y revolucionario, y hace crítica revolucionaria. Si desactivamos su crítica revolucionaria, en el sentido que antes apuntaba, creo que no estamos leyendo bien a Benjamin, o, con esas lecturas, se está produciendo una apropiación de Benjamin por quien no pretende con su crítica transformar el presente a favor de la emancipación.
Respecto a Reyes Mate, me interesó su lectura de las Tesis sobre el concepto de Historia que hace en Medianoche en la Historia. Es un comentario de texto, en el buen sentido de la palabra, o una glosa, de las tesis de Benjamin. Para acompañar las tesis de Benjamin, además del ensayo Reyes Mate, también me gustaría recomendar Aviso de incendio de Michael Löwy o Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria de Terry Eagleton.
¿Has pensado en extender tu investigación a las novelas sobre la guerra civil escritas en gallego, catalán o euskera?
Lo he pensado. Aunque espero que no sea necesario que yo lo haga, que detrás de mí vengan otros con voluntad de emprender esta tarea. En gallego y en euskera, no me veo capacitado; en catalán, posiblemente sí, pero quizá hay que dejar que sean otros los que se encarguen de hacerlo para que yo pueda empezar a estudiar otras cosas, que también creo que son necesarias.
No sé cuántas novelas has leído y analizado en total pero son muchas, muchísimas. ¿No duermes, los jóvenes de ahora no descansáis?
Hace tiempo me comentó Antonio J. Antón, gran especialista en ZiZek, que una vez le preguntaron al filósofo esloveno si de verdad había leído todas las películas que analizaba en sus libros y conferencias. Respondió que no, que en verdad no había visto ninguna, porque temía que una mala película le pudiera estropear una buena sinopsis y, en consecuencia, un buen análisis de la sinopsis. No sé si es cierta esta metodología –por llamarlo de alguna forma- de Z izek o es una provocación más del personaje. En cualquier caso, yo no soy Zizek ni ocupo una posición tan privilegiada como él como para permitirse este tipo de bromas.
Mejor, mucho mejor para ti… Y para tus lectores.
Yo he tenido que ser más riguroso y he tenido que leer más allá de las sinopsis. En cualquier caso, he de decirte que no pasaría un control antidoping, ya que para realizar este trabajo he consumido mucho té y mucho café (y algo de coca, pero en infusión, que me trajo del Ecuador mi buen amigo y enorme periodista y mejor escritor Ramiro Díez). No, ahora en serio: han sido cuatro años de intenso trabajo, de mucha lectura e investigación.
¿Quieres añadir algo más? Por mi parte: un honor y un placer.
Sí, déjame añadir algo más. En la presentación del libro Insurgencias invisibles de Luis Martín-Cabrera, dijiste algo un poco macabro, pero lleno de sentido: «Soy un poco viejo, tengo casi 61 años. Me quedan, si tengo suerte, unos 20 años de buena lectura. Esforzándome un poco: unos 600, 650 libros. Tengo que ir con mucho ojo, seleccionando bien». Agradezco mucho, pues, que entre este cada vez más selecto criterio de seleccionar lecturas que te has forjado, hayas elegido mi libro, hayas hecho esa lectura profunda que demuestran tus preguntas y te hayas molestado en preguntarme y repreguntarme cuestiones que son bien interesantes. Ha sido un placer dialogar contigo. Voy a extrañar estas conversaciones. Muchísimas gracias, Salvador.
A ti. Y hasta la victoria siempre querido David.

Salvador López Arnal // Rebelión (30/03/2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=197082

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