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lunes, 27 de abril de 2015

De la crisis de la novela a la novela de la crisis

Conferencia y taller en la Universitat de València
28 de abril


 Y después, por la tarde, presentación de La Guerra Civil como moda literaria en la Llibreria Ramon Llull: http://www.davidbecerramayor.blogspot.com.es/2015/04/presentacion-en-valencia.html

sábado, 25 de abril de 2015

"La moda literaria por la Guerra Civil" por David Soto

A propósito de: David Becerra Mayor, La Guerra Civil como moda literaria. Prólogo de Isaac Rosa. Madrid, Clave Intelectual, 2015, 232 p


David Soto Carrasco
Amanece Metropolis
 
La relación entre estética y política ha sido siempre relativamente complicada, más si hablamos desde el punto de vista marxista. De hecho, Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, no articularon, al menos de manera clara su pensamiento estético en un estudio concreto. Tanto es así, que para explicar desde este ámbito la relación entre estructura (el conjunto de relaciones de producción que constituye la organización de una sociedad en un momento histórico dado) y la superestructura (el conjunto de ideas e instituciones características de un momento histórico) sus seguidores han desarrollado muy diversas teorías, que van desde la teoría del reflejo a las cuestiones sobre realismo o forma y contenido de Lukács. Sin olvidar las tesis estéticas de Adorno, Benjamin o Brecht entre otros. Junto a ellas, y no se debe olvidar porque aquí es fundamental, estaría la cuestión gramsciana, y del pensamiento marxista clásico, de que el arte es portador de ideología. Una clase social dominante pondría a su servicio, entre tantas otras cosas, todo una suerte de entramado ideológico de la superestructura, entre ella está por supuesto el Arte y la Literatura. Dicho con Althusser: la ideología dominante produce estética. En este sentido, como argumentó en su momento Puértolas, la Literatura y el Arte no es que sean trasmisores pasivos de la ideología, sino que más bien se trata específicamente en el ámbito de la Literatura de un “texto-para-la-ideología”. El texto literario, si seguimos a Terry Eagleton, no constituye una expresión final de una ideología sino su puesta en escena. Desde esta tradición, la labor del crítico literario marxista sería en palabras de Lukács la de “analizar detalladamente el método creador”, es decir, poner al descubierto las íntimas relaciones que se dan entre Literatura, ideología e Historia. Y esto es lo que de manera pertinaz ha llevado a cabo David Becerra Mayor en su último trabajo.

Así, con las herramientas propias del taller marxista y sobre la base de que, como diría Julio Rodríguez Puértolas, no existe por un lado una historia de la literatura y una historia social y política por otro, David Becerra ha pretendido con este lúcido ensayo dar una respuesta a la ciertamente irritante proliferación de títulos sobre la Guerra Civil que en España han ido viendo la luz desde 1989 hasta 2011. Amparado en un amplio corpus literario que aspira a recoger todas las noveladas publicadas en ese período y analizando algunas de las más relevantes, Becerra Mayor llega a una conclusión no menos irritante pero sí más perspicaz. Para el autor la novela de la Guerra Civil española es un producto cultural de la ideología del capitalismo avanzado o posmoderno que, en mi opinión, estaría profundamente enraizado con la narrativa del así llamado ‘consenso’ que se va construyendo desde la Transición, el asentamiento de España en la OTAN y su entrada en la Unión Europea. Al tiempo que se asumía la incorporación y asimilación en una suerte de filosofía de la historia del Capital, que puede parecer que interrumpe las gramática del poder pero que en realidad la reconfigura.

El ensayo de Becerra Mayor se divide en tres partes y una coda con pretensiones de crítica revolucionaria. Todo ello está atravesado por otra tesis fuerza que viene a aseverar con acierto que la novela española actual pone de manifiesto que se ha asumido que vivimos en un tiempo perfecto y cerrado, donde se han silenciado los antagonismos. Es más, se ha asimilado el conocido “Fin de la Historia” de Fukuyama y ante la situación de un presente en el que no ocurre nada se hace necesario acudir a un pasado conflictivo como es el de la Guerra Civil para escribir una novela.
Con el Fin de la Historia, y esto podría ser ciertamente cuestionado, según la primera parte del libro de Becerra Mayor, se daría inicio a lo que se ha llamado posmodernidad, que supondría la implantación del capitalismo avanzado a escala global. En España, a su modo de ver, eso solo fue posible tras la caída de régimen de Franco, pero especialmente a partir de la significativa fecha de 1989. En este contexto, la literatura española actual habría interiorizado dicho discurso hegemónico expulsando de su ámbito todas las contradicciones radicales comenzando por la Guerra Civil española. Esto vendría a construir, mantener y renovar el consenso de la Transición y sus pactos partidistas, valga la redundancia. La segunda parte pone en evidencia que el género ha asumido de manera hegemónica, que no histórica, un enfoque de la República dominado por el caos y el conflicto descontrolado, que legitimaría el golpe de Estado de 1936. Aquí los elementos revisionistas del terror rojo y la conspiración marxista tendrían un fuerte anclaje. Basta recordar solo La noche de los tiempos (2009) de Antonio Muñoz Molina, La enfermera de Brunete (2006) de Manuel Maristany, El tiempo entre costuras (2009) de María Dueñas o Días y noches (2000) de Andrés Trapiello entre otras. A ello, como se revela en la tercera parte del ensayo de Becerra Mayor, habría que unir una notable ausencia de historicidad de dichas novelas, que desplazan a favor de lo individual y lo humano su relato en detrimento de lo político y lo social. La novela de la Guerra Civil despolitizaría los antagonismos sociales a través del recurso a móviles personales o familiares, reduciendo la explicación holística bélica a un puro componente fratricida. Aquí por ejemplo toma sentido la trilogía de Marías Tu rostro mañana. La despolitización por la vía humanista la encontraríamos de manera paradigmática en Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas, mediante el recurso al soldado republicano o al bueno de Miralles. De este modo, se ha producido lo que en ciencias sociales se ha denominado “cierre de la política”, que consiste en la tendencia a analizar el conflicto como un anomalía a evitar o a mantener el consenso a base de expulsar a la esfera privada los antagonismos en un intento de despolitizarlos y naturalizarlos. También la admirable parodia del género que en 2007 publicó Isaac Rosa títulada: ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, en donde el propio Rosa reelabora críticamente su novela La Malamemoria (1999) vendría a poner en evidencias los perversos tics del género.

El ensayo concluye con una “coda revolucionaria” que clama contra la reconstrucción despolitizada que en tiempos de capitalismo avanzado se hace del pasado y del presente, en este caso a través de las novelas sobre la Guerra Civil, para invitar a la tarea de cepillar la Historia (y la Literatura) a contrapelo, que diría Benjamin. Si bien, se le podría atribuir al autor la sustitución de una Filosofía de la Historia por otra que encauza la creencia en una distinta disponibilidad y estabilidad de la misma, la obra de Becerra Mayor identifica adecuadamente cierta tentación “postpolítica” autoritaria de hacer pasar por naturales situaciones o decisiones que responden a preferencias políticas e intereses particulares que, de esta forma sutil, resultan blindados -los consensos de la Transición por ejemplo- . En verdad, esta negación de los antagonismos, que puede resultar pacificadora, es en sí una forma de violencia extrema, pues cierra el espacio de lo posible, el espacio de la Política.

David Soto Carrasco // Amanece Metropolis  (29/03/2015). Fuente: http://amanecemetropolis.net/la-moda-literaria-por-la-guerra-civil/

En torno a la historia y Galdós. Tertulia en Contratiempo

Programa 225 del programa Contratiempo en Radio Círculo:


Descripción:

David Becerra Mayor (Doctor en Literatura española por la Universidad Autónoma de Madrid) nos trajo un programa en el que conversó con sus invitados acerca de la relación entre literatura e Historia. La tertulia giró en torno a la obra de Galdós, cuya ficción atraviesa la historia que toma como referencia para escribir sus novelas. Se habló también sobre cómo Galdós reflexiona sobre el sujeto y el movimiento de la historia y, en suma, el sentido y las posibilidades del cambio histórico. Participaron con David en la tertulia Raquel Arias Careaga (profesora de Literatura hispanoamericana en la Universidad Autónoma de Madrid. Su último libro se titula Cortázar: de la subversión literaria al compromiso político (Sílex, 2014); Fernando Larraz (profesor de Literatura española en la Universidad de Alcalá de Henares. Es autor del libro Letricidio español: censura y novela durante el franquismo (Trea, 2014); y Carolina Fernández Cordero (Doctora en Literatura española en la Universidad Autónoma de Madrid, con una tesis doctoral sobre Benito Pérez Galdós).


Siguiendo la pregunta por la actualidad del pasado, en la sección Dirección única de Noelia Pena comenzamos a pensar cuál es el papel de la tecnología en nuestros hábitos de consumo del tiempo y si neutralizan en algún sentido la interpelación que tiene o puede tener el pasado hacia nosotros.
Nos servimos de la lectura de dos textos. El primero de  ellos pertenece al libro de Santiago López Petit “Hijos de la noche” (Bellaterra, 2014) y el segundo a la obra de Wenceslao Galán “El fuego en la voz. Apuntes sobre la guerra del discurso” (Lengua de Trapo, 2007). Entre ambos escucharemos la canción “Sante Caserio” en la voz de Daniele Sepe, que da cuenta de la historia del anarquista del siglo XIX Sante Gerónimo Caserio.



viernes, 24 de abril de 2015

Presentación en Valencia


El 28 de abril, a las 19.30h, en la Llibreria Ramon Llull de Valencia, se presenta La Guerra Civil como moda literaria.

Participan:

Jesús Peris Llorca, profesor de la Facultad de Filología de la Universitat de València ;
Esther López Barceló, historiadora y Diputada de EU en Corts Valencianes ;
David Becerra Mayor, autor


lunes, 20 de abril de 2015

Cervantes y la novela española actual

Este próximo martes, día 21, a las 19:30h, en la Librería Enclave de Libros (calle Relatores, 16, de Madrid) tendrá lugar, como un evento incluido en la V SEMANA COMPLUTENSE DE LAS LETRAS, la mesa redonda CERVANTES Y LA NOVELA ESPAÑOLA ACTUAL, en la que participarán Ángel Basanta (presidente de la Asociación de Críticos Literarios de España), David Becerra Mayor (reconocido crítico, autor de La novela de la no-ideología) y Matías Escalera Cordero (escritor y novelista).

Más info: http://www.todoliteratura.es/noticia/8375/LITERATURA/El-martes-se-celebra-la-mesa-redonda-Cervantes-y-la-novela-espanola-actual.html 

Tiempo y memoria en la Universidad de Murcia

Conferencia sobre La Guerra Civil como moda literaria

 

lunes, 6 de abril de 2015

Entrevista en Rebelión sobre "La Guerra Civil como moda literaria" (y V)

“Un científico no puede renunciar al conocimiento, el objetivo de su trabajo no puede ser otro que la búsqueda de la verdad”

Salvador López Arnal
Prosigo, es la última. ¿Qué tienes en contra de la aproximación neohumanista a nuestra Guerra Civil? ¿El marxismo no es, realmente, un humanismo bien entendido?
Agradezco mucho esta pregunta porque me va a permitir aclarar algunas cosas; «humanismo» es una palabra a la que constantemente nos referimos pero raramente nos hemos preocupado de significarla, y en consecuencia la asumimos con un valor positivo, pero sin saber muy bien qué significa. Lo mismo ocurre, en consecuencia, con neohumanismo. Entiendo por neohumanismo –concepto también procede de nuestro mayor teórico marxista: Juan Carlos Rodríguez– como una estrategia ideológica en la que se borran –de nuevo- lo político y lo social (la historicidad) a favor de una lectura del conflicto en términos humanos. El neohumanismo concibe que los hombres en tanto que hombres son todos iguales, comparten un mismo espíritu, una misma esencia que los iguala, sin tener en cuenta sus identidades políticas o sociales. Lo que importa es el interior del ser humano (su espíritu, su esencia) y no lo exterior, que se considera accidental (lo histórico, lo político, lo social). En este sentido, en la novela sobre la Guerra Civil, reconocemos una estrategia neohumanista cuando algunos personajes, reales o ficticios, se igualan desde su interior, sin atender a su exterior, si es republicano o golpista, cuestión que queda en un segundo plano. En este sentido es paradigmática la novela La mula de Eslava Galán, donde, en un episodio central, dos amigos enfrentados por la guerra se funden en un abrazo indisoluble cuando se encuentran en una plaza sin armas. Son iguales, se reconocen, se identifican, porque hay algo común –comparten ese espíritu humano– y lo otro es accidental, superficial, y solo desean que ese accidente llamado Guerra Civil se termine para poder volver a ser Uno, un solo espíritu libre. Pero la Guerra Civil no fue un accidente, tuvo un componente político y social, histórico, que la lectura neohumanista desplaza.
Entonces, me vuelvo a salir del guión, una aproximación como ésta (es de Manuel Sacristán, de un largo artículo enciclopédico de 1958), ¿qué te parece?  
Desde los primeros años de la posguerra se encendió una polémica en la que se reprochó al marxismo ser infiel a su explícita afirmación de humanismo. Los varios argumentos esgrimidos (por pensadores muy diversos, como Croce, Popper, Sartre, Jaspers, Von Mises, Merleau-Ponty, los padres Bigo, Chambre, Wetter, Bochenski, etc.) pueden acaso resumirse así 1.º el marxismo no puede ser un humanismo porque determina económicamente al hombre; 2º, el marxismo no se comporta como un humanismo porque admite la violencia. Los argumentos marxistas contra esas críticas podrían quizá compendiarse como sigue: 1º, el marxismo no postula la determinación de la humanidad por factores económicos, sino que la descubre y aspira a terminar con ella; 2.º, el marxismo no propugna la introducción de la violencia en la sociedad, sino que comprueba su existencia en ella en forma de instituciones coactivas de conservación de la estructura social dada, así como en formas espirituales, como la inculcación a los niños de las ideas morales, etc., representativas del orden social establecido. La polémica tiene en su fondo una oposición entre los conceptos de libertad tradicional y marxista: mientras que el concepto tradicional de libertad se define negativamente -”libre arbitrio de indiferencia”” o “nulidad” de la angustia existencial-, en la teoría marxista, libertad equivale a “desarrollo real de las capacidades del hombre”.
Insisto: ¿de qué hablamos cuando hablamos de humanismo? Dice Carlos Fernández Liria, muy a menudo, que se hace imprescindible fijar los conceptos sobre los que estamos hablando para que no nos cambien de conversación. No digo que tú lo hagas, aunque reconoces que te sales del guión con esta pregunta. Por eso hay que ver qué entendemos por humanismo. El humanismo –y esto también lo explica muy bien Juan Carlos Rodríguez, again- forma parte del discurso ideológico de la primera burguesía que, frente a la nobleza que legitimaba su posición de clase por medio de la sangre (si esta es azul o roja), tiene que inventar –o producir- una nueva categoría social mediante la cual poder disputar el poder a la clase dominante, una nobleza feudalizante. Frente a la idea de que el exterior (el cuerpo, la sangre) determina el status social de un individuo, la burguesía inventa el interior, y se formaliza por medio de distintos ideologemas: el alma, la virtud, el mérito, el trabajo, etc. La ideología humanista sirve para legitimar la igualdad esencial de todos los hombres para discutir los categorizadores sociales del feudalismo. La igualdad esencial de todos los hombres contraviene la ideología hasta el momento dominante, que decía que hay quien nace noble y a quien hace plebeyo. La burguesía, si aspira a convertirse en clase dominante, tiene que cuestionar esta idea y empezar a reivindicar la igualdad de cuna. Y el humanismo opera en este cambio de paradigma, es una herramienta de lucha de la burguesía para disputarle el poder a la nobleza. Hemos de partir de aquí a la hora de dirimir si el marxismo es un humanismo o no; pero, teniendo en cuenta el origen del mismo, habría que redefinir previamente el término «humanismo» para fue diera el resultado esperado en la lucha por la emancipación del proletariado.
Citas a Terry Eagleton en el apartado que estamos, que estás comentando. ¿Te interesa su obra? ¿Tomas pie en sus reflexiones? ¿No se pone a veces demasiado psicoanalítco?
Sí, me interesa mucho Terry Eagleton. Es verdad que tiene obras en exceso psicoanalíticas, sobre todo sus últimos libros, que además pueden ser tremendamente complicados para alguien que no está habituado a la teoría del psicoanálisis. En este sentido, recuerdo la lectura de uno de sus últimos libros, Los extranjeros: por una ética de la solidaridad, que empieza con una profunda y compleja reflexión sobre Lacan y los espejos. Eagleton me interesa fundamentalmente como crítico literario, ya que ha escrito libros imprescindibles para el estudio de la literatura como pueden ser Cómo leer un poema o El acontecimiento de la literatura. Fuera de la teoría o la crítica literaria, me resultó muy útil Ideología: una introducción, un libro fundamental para desentrañar cómo se ha ido transformando el concepto «ideología» desde la Revolución francesa hasta prácticamente hasta hoy. Y en un ámbito menos académico, me gusta mucho recomendar su ensayo Por qué Marx tenía razón.
Hablas también en algunos momentos del descrédito de los paradigmas objetivistas. ¿Qué es un paradigma objetivista? ¿Quiénes abonan ese descrédito?
Ya que estamos hablando de Terry Eagleton, en su libro Las ilusiones de posmodernismo define el posmodernismo como un estilo de pensamiento que desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad. A eso me refiero cuando hablo del descrédito de los paradigmas objetivistas, a cómo, desde postulados posmodernos, se asume que el mundo –o la Historia- no se puede aprehender en su totalidad; supone una renuncia a la ambición de conocer, de acercarnos a la verdad, de tratar de entender e interpretar el mundo. ¿Quiénes abonan ese descrédito? Aquellos novelistas que se regocijan en la imposibilidad de saber, que hacen elogio de la opacidad como actitud intelectual, como es por ejemplo Javier Cercas, que no solo reconoce que es imposible conocer la Historia y decide conformarse con su relato, sino que además cree que la labor del intelectual es poner obstáculos al conocimiento mismo de la Historia.
Sin que sea mi causa algunos comentaristas podrían señalarte: pero si en la epistemología de las ciencias duras ya no está de moda la mirada objetivista sobre la ciencia, la objetividad, añadirían, es básicamente intersubjetividad compartida… y provisionalmente además, ¿cómo se va a aspirar a la objetividad en terrenos mucho más pantanosos? Con los buenos relatos ya es suficiente .
Que no esté de moda no significa que tengamos que renunciar a ella. Un científico –sea de ciencias duras, sociales o humanas- no puede renunciar al conocimiento, y el objetivo de su trabajo no puede ser otro que la búsqueda de la verdad. Puede que no la encuentre, pero no puede perder esa ambición. Soy consciente de que lo que estoy diciendo puede sonar anticuado a más de uno, pero creo que tenemos que subrayarlo; de lo contrario, abonamos el terreno para que vengan los que quieren servirnos la ciencia y la Universidad a la bolognesa, diciéndonos que en tanto que la verdad no se puede alcanzar y que por ende no podemos poner la Universidad al servicio de la verdad, entonces pongámosla al servicio de la sociedad –quieren decir: sociedad de mercado-. Es preciso subrayar que el único fin del conocimiento es el conocimiento mismo, y luego ya veremos para qué sirve. Creo que la búsqueda de la verdad es también una forma de resistir ante la ofensiva neoliberal.
Citas positivamente una novela de una ex alumna de Sacristán, por cierto, de Rosa Regàs, Luna lunera. ¿Por qué? ¿Qué tiene de destacable?
Me interesó mucho Luna lunera de Regàs porque creo que funciona como perfecto contrapunto de lo que podemos denominar, dentro de este descrédito del paradigma objetivista, la «negación del testimonio» como medicación válida para el conocimiento de la Historia. Muchas novelas –y vuelve a ser un ejemplo Soldados de Salamina de Javier Cercas- se construyen sobre esta negación del testimonio, se nos dice que el testimonio, en tanto que sujeto con intereses en la Historia, va a construir un relato en el que él salga beneficiado. Y, en consecuencia, se niega la validez de cualquier testimonio porque su reconstrucción de la Historia, y se concibe la Historia como un relato de ficción personal. Como dice Cercas últimamente, todos somos impostores. Y, si todos somos impostores, para qué vamos a escuchar a alguien, si de nadie nos podemos fiar. Es cierto que todos, cuando construimos relatos sobre nuestras vivencias, lo hacemos atravesados por nuestra subjetividad y, llegado el caso, incluso podríamos mentir para defender nuestros intereses. Aquí Cercas tiene razón, pero extraer de esto que el testimonio no es válido, que la historia oral no es válida, supone una renuncia a la ambición de conocer y, sobre todo, supone no saber manejar ciertas herramientas metodológicas de investigación. Porque precisamente la labor del historiador –y también del novelista- es discernir entre la mediación (el testimonio y sus intereses) y su objeto de estudio (la Historia), no negar la posibilidad de aprehender la Historia porque el testimonio más que acercarte a la verdad, te aleja. Basta con no confundir una cosa con otra.
Pero en realidad –que me iba- me preguntabas por Rosa Regàs y su Luna lunera. Te decía que me interesaba porque se opone a esta «crisis del testimonio», porque Regàs sí se detiene a escuchar a los distintos testimonios que vivieron la guerra para hablarnos de la Guerra Civil. Regàs, aunque asume, inteligentemente, que el testimonio no puede ser totalmente un sinónimo de verdad, ya que el testimonio ha olvidado cosas, otras las confunde, no recuerda del todo bien algún episodio, a veces se puede contradecir, sí entiende que puede ser un vehículo para llevarnos a la verdad. Simplemente hay que saber manejarlo. Además, también de un modo muy inteligente, el único testimonio sobre el que cierne una duda en Luna lunera es el abuelo protagonista, un fascista catalán, católico, que actúa como un perfecto dictador doméstico. Esa voz sí se pone en cuestión, porque es la voz del poder. Ese es el gran acierto, en mi opinión, de Rosa Regàs.
Comentas también de la trilogía de Javier Marías. ¿Qué opinión tienes de este autor? ¿No es gran novelista en tu opinión?
Aunque Marías estructura su trilogía sobre la dialéctica Historia/narratividad, casi a la manera de Cercas, y constantemente se detecta una preocupación por el hecho de que la Historia –la verdad- se someta al relato, en Javier Marías se dice, a diferencia de lo que ocurre en Soldados de Salamina, que esta confusión forma parte de nuestra época -que él no llama ni capitalista ni posmoderna- en la que hay en circulación un exceso de relatos que, a la postre, terminarán por suplantar la Historia. Solamente por este hecho, la trilogía Tu rostro mañana de Javier Marías me ha resultado interesante.
¿Qué es una novela histórica apócrifa? ¿No lo son todas? Son ficción, no aspiran a construir ensayos documentados de la A a la Z.
Una novela histórica apócrifa es aquella en la que personajes históricos, reales, se incorporan a la trama y, una vez dentro, o bien cambian el sentido de la Historia o bien se explica lo que sucedió históricamente, pero a través de un episodio ficticio. Creo que un ejemplo lo aclara: Riña de gatos de Eduardo Mendoza está protagonizada, entre otros, por José Antonio Primo de Rivera. Como sabemos, el 14 de marzo de 1936 José Antonio Primo de Rivera ingresa en la Modelo de Madrid y que más tarde, el 5 de junio, es trasladado a la prisión de Alicante. La novela de Mendoza recoge estos hechos pero se explican a través de intrigas ficticias. En Riña de gatos José Antonio no es detenido por posesión de armas –como así fue históricamente– sino porque la duquesa protagonista ha visto últimamente triste a su hija Paquita, con quien en el pasado se había entendido el líder falangista, y cree que la causa de su desdicha se localiza en José Antonio. La duquesa, entonces, va a hablar con el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora para pedirle que detenga al líder falangista.
Pero no, no todas las novelas históricas son apócrifas. Solo lo son las que así funcionan, que no son todas ni mucho menos. Es cierto que hay que diferenciar entre una licencia poética (como es este caso), que se queda en simple juego literario, y un falseamiento de la Historia, cosa que no ocurre en Riña de gatos. Pero hay un caso muy divertido, que quizá nos debería ayudar a reflexionar un poco sobre las licencias poéticas, las historias apócrifas y sus consecuencias. Pedro de Paz escribe una novela policíaca, ambientada en la Guerra Civil, titulada El hombre que mató a Durruti. Creo que el título es lo suficiente explícito como para tener que decir de qué va. La cuestión es que el detective protagonista de la novela llega a la conclusión de que a Durruti lo mató el sargento Manzana, que, infiltrado en Madrid, tenía por misión terminar con el líder anarquista. Lo que parecía un accidente (a Manzana se le disparó por error el arma que hirió de muerte a Durruti), no fue tal, sino que fue premeditado. Así se resuelve el enigma en la novela. ¿Por qué digo que hay que tener cuidado con las licencias poéticas? Porque la novela de Pedro de Paz cayó a manos de familiares del sargento, que al concluir la guerra se exilió en México, y le pidieron al novelista una rectificación, ya que consideraban que habían manchado la memoria de su familiar. El novelista entonces incorporó un epílogo a la segunda edición de la novela escudándose en la clásica idea de que la literatura solo a la literatura se debe. Pero no: si quieres hacer novela histórica también debes deberte a la verdad histórica, por muchas licencias poéticas que quieran introducir.
¿Se aniquila la memoria de los vencidos en muchas de las novelas analizadas? ¿Conscientemente? ¿Se pretende una revisión ideológica de nuestra historia reciente?
En algunos casos, sí; en algunos casos, podemos hablar de revisionismo histórico en la narrativa española actual. Esos casos se tratan, sobre todo, en el capítulo segundo, titulado «El mito de la cruzada de Franco en la narrativa española actual», aspecto del que ya hemos hablado anteriormente.
Se nota tu entusiasmo por ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! de Isaac Rosa. ¿Quieres añadir algo más a lo que en su momento comentaste?
Simplemente que es una novela con la que comparto muchos puntos de partida; pero ya que me permites añadir algo, diré que ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! me parece el mejor experimento narrativo de la literatura reciente, no solo por lo que tiene de ingenioso incluir un nuevo personaje, que es el lector, que al final de cada capítulo introduce una crítica al joven novelista y le cuestiona sus planteamientos narrativos pero también ideológicos, sino porque me parece que lo que hace Isaac Rosa en esta novela es un gran ejercicio de autoconciencia que le permite romper con su inconsciente ideológico, aquel que, en La malamemoria, le había impostado su voz.
Por cierto, ¿qué tal La malamemoria de la que la Otra maldita… sería, digamos, una reescritura?
No quiero competir en críticas con el impertinente lector que se cuela en La malamemoria y que incluso la retitula llamándola ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! Si queremos saber cómo era La malamemoria podemos leer ¡Otra maldita novela...! porque Isaac Rosa no toca en absoluto el texto, simplemente, como digo, añade la voz de un lector que le boicotea la novela, pero siempre al final de cada capítulo, en cursiva y con asteriscos. La novela original no se toca. Pero el texto original permanece intacto en su reescritura En realidad el impertinente lector es muy educado. Pero La malamemoria es una novela que reproduce muchas de las ideas dominantes de las que venimos hablando y que contribuyen a la liquidación de la historicidad: despolitización, guerra fratricida, neohumanismo, etc. Lo importante, insisto, es cómo Isaac Rosa rompe con el Isaac Rosa anterior y se enfrenta a su propia novela. Es un gesto de honestidad intelectual. Pocos se atreverían a hacerlo.
El vano ayer no es ciertamente una novela sobre nuestra guerra civil, pero, en tu opinión, ¿ese es el tipo de novela que enlaza pasado y presente que merece la pena?  
El vano ayer es una de las novelas más interesantes que se han escrito en España en las últimas décadas. Es una reflexión muy honda sobre la escritura de la Historia. Pero me está dando un poco de apuro hablar tan bien de Isaac Rosa... va a parecer que es una forma de pagarle la deuda por el prólogo escrito. Aunque, bien mirado, Isaac Rosa no tiene pinta de dejarte una cabeza de caballo por no pagarle una deuda...
A mi me parece muy bien que hables muy bien de Isaac Rosa. A la gente grande se la conoce en que resulta aún más grande cuando se la conoce… y eso que yo no le conozco personalmente.
Me apoyo ahora en tu coda: ¿cuándo una crítica es revolucionaria?
Cuando pretende transformar el presente, cuando persigue contribuir a la construcción de un horizonte de emancipación político y social, cuando discute con el poder y sus relatos, cuando señala quiénes son los poderosos y cómo forjaron su poder.
Citas a una autora, Fina Birulés, y lo haces en catalán. ¿Eso está muy bien no?
No es un descuido, está hecho a propósito. Creo que tenemos que normalizar que las otras lenguas oficiales del Estado español también pueden servir como lenguas vehiculares. Sería una forma de reconocer nuestra riqueza cultural, nuestra pluralidad lingüística. Debemos abandonar la idea de que el hecho de que en este país de países se hablen distintitas lenguas pueda suponer un obstáculo; al contrario, no lo es, y debemos hacer lo posible para normalizarlo. En los textos científicos y académicos es frecuente encontrar textos en inglés o francés, incluso en alemán, pero resulta difícil encontrar textos en cualquier otra lengua del Estado. Si no traducimos aquellos, por qué vamos a traducir estos.
¿De donde tu pasión por las tesis de Benjamin? Tu elogio de las aproximaciones que de ellas hace Reyes Mate merece ser destacado. Por justicia y reconocimiento.
Walter Benjamin es uno de los imprescindibles. Y, si me lo permites, hay que decir que es uno de los nuestros. Digo esto porque estamos viviendo (padeciendo) una apropiación de Walter Benjamin por parte de pensadores posmodernos y post-estructuralistas que lo utilizan para explicar cualquier cosa. Es cierto que Benjamin, cuya obra es tan rica en interpretaciones, puede servir para explicar cualquier cosa, pero observo que también estamos viviendo una despolitización de Walter Benjamin. Y Walter Benjamin es un pensador marxista y revolucionario, y hace crítica revolucionaria. Si desactivamos su crítica revolucionaria, en el sentido que antes apuntaba, creo que no estamos leyendo bien a Benjamin, o, con esas lecturas, se está produciendo una apropiación de Benjamin por quien no pretende con su crítica transformar el presente a favor de la emancipación.
Respecto a Reyes Mate, me interesó su lectura de las Tesis sobre el concepto de Historia que hace en Medianoche en la Historia. Es un comentario de texto, en el buen sentido de la palabra, o una glosa, de las tesis de Benjamin. Para acompañar las tesis de Benjamin, además del ensayo Reyes Mate, también me gustaría recomendar Aviso de incendio de Michael Löwy o Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria de Terry Eagleton.
¿Has pensado en extender tu investigación a las novelas sobre la guerra civil escritas en gallego, catalán o euskera?
Lo he pensado. Aunque espero que no sea necesario que yo lo haga, que detrás de mí vengan otros con voluntad de emprender esta tarea. En gallego y en euskera, no me veo capacitado; en catalán, posiblemente sí, pero quizá hay que dejar que sean otros los que se encarguen de hacerlo para que yo pueda empezar a estudiar otras cosas, que también creo que son necesarias.
No sé cuántas novelas has leído y analizado en total pero son muchas, muchísimas. ¿No duermes, los jóvenes de ahora no descansáis?
Hace tiempo me comentó Antonio J. Antón, gran especialista en ZiZek, que una vez le preguntaron al filósofo esloveno si de verdad había leído todas las películas que analizaba en sus libros y conferencias. Respondió que no, que en verdad no había visto ninguna, porque temía que una mala película le pudiera estropear una buena sinopsis y, en consecuencia, un buen análisis de la sinopsis. No sé si es cierta esta metodología –por llamarlo de alguna forma- de Z izek o es una provocación más del personaje. En cualquier caso, yo no soy Zizek ni ocupo una posición tan privilegiada como él como para permitirse este tipo de bromas.
Mejor, mucho mejor para ti… Y para tus lectores.
Yo he tenido que ser más riguroso y he tenido que leer más allá de las sinopsis. En cualquier caso, he de decirte que no pasaría un control antidoping, ya que para realizar este trabajo he consumido mucho té y mucho café (y algo de coca, pero en infusión, que me trajo del Ecuador mi buen amigo y enorme periodista y mejor escritor Ramiro Díez). No, ahora en serio: han sido cuatro años de intenso trabajo, de mucha lectura e investigación.
¿Quieres añadir algo más? Por mi parte: un honor y un placer.
Sí, déjame añadir algo más. En la presentación del libro Insurgencias invisibles de Luis Martín-Cabrera, dijiste algo un poco macabro, pero lleno de sentido: «Soy un poco viejo, tengo casi 61 años. Me quedan, si tengo suerte, unos 20 años de buena lectura. Esforzándome un poco: unos 600, 650 libros. Tengo que ir con mucho ojo, seleccionando bien». Agradezco mucho, pues, que entre este cada vez más selecto criterio de seleccionar lecturas que te has forjado, hayas elegido mi libro, hayas hecho esa lectura profunda que demuestran tus preguntas y te hayas molestado en preguntarme y repreguntarme cuestiones que son bien interesantes. Ha sido un placer dialogar contigo. Voy a extrañar estas conversaciones. Muchísimas gracias, Salvador.
A ti. Y hasta la victoria siempre querido David.

Salvador López Arnal // Rebelión (30/03/2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=197082

Entrevista en Rebelión sobre "La Guerra Civil como moda literaria (IV)

“Es falso que los falangistas perdieran las páginas de la literatura, quienes las perdieron son todos aquellos novelistas cuyas obras desconocemos”

Salvador López Arnal

Estamos en la tercera parte del libro. “La liquidación de la historicidad”. ¿Quiénes quieren liquidar la historicidad? ¿Hay aquí algún plan oculto? Por cierto, ¿qué deberíamos entender por historicidad?
No, no creo en un plan oculto. No creo que sea necesario que nadie marque las pautas de cómo se debe escribir para que en las novelas la historicidad aparezca liquidada. Creo que hablamos de «inconsciente ideológico» en unas de nuestras anteriores conversaciones, un término que tomo de Juan Carlos Rodríguez y que creo que es muy válido para analizar la producción literaria. Frente aquella idea de «falsa conciencia» del primer Marx, de que hay alguien en el poder que nos manipula para que pensemos como los poderosos quieren que pensemos –una definición que no descarto del todo-, se opone –o más bien se complementa con- esta noción de la ideología como inconsciente, como situación prerreflexiva de un individuo ante el mundo, de un sujeto que no es consciente de cómo es el mundo ni de qué lugar ocupa en él.
¿Mundo?
Cuando digo «mundo» me refiero a estructura económica, política y social. Y cuando digo «sujeto» no me refiero a la subjetividad de un individuo, sino a la posición objetiva que ocupa en un sistema de explotación (que en el capitalismo no puede ser sino explotado o explotador). Esto es, ¿quién soy yo en la división entre explotado y explotador? El inconsciente ideológico surge de las relaciones materiales y hace que actuemos al servicio de la reproducción del sistema, en este caso del sistema capitalista. No hace falta que alguien golpee nuestra espalda para que aceptemos nuestra condición de explotados y hagamos funcionar el sistema con nuestro trabajo, simplemente desarrollamos esa función, porque la hemos asumido como natural. Juan Carlos Rodríguez no se cansa de repetir que el capitalismo se ha hecho naturaleza, y estoy de acuerdo con él. Del mismo modo que no hace falta que nadie, desde la sombra, mueva como títeres a los novelistas para que reproduzcan la ideología dominante a través de sus textos. Simplemente lo hacen, ya que no pueden escindirse del todo de su propio inconsciente.
Pero me preguntabas por la «liquidación de la historicidad». El sintagma lo utiliza Jameson en el libro que hemos citado sobre la posmodernidad y la lógica cultural del capitalismo avanzado. Cuando se habla de historicidad debemos interpretar la Historia en términos de materialidad, esto es, llenándolo de sentido político, social, ideológico, para tratar de entender sus contradicciones, sus conflictos de clase, sus tensiones, sus elementos dominantes, emergentes y residuales, etc. No como un lugar en el que suceden cosas porque sí, sino como un lugar en el que las cosas que ocurren están determinadas por factores políticos, económicos o sociales. La liquidación de la historicidad, por lo tanto, es esa narración de la Historia donde se desplazan esas lecturas –políticas, económicas, sociales, como digo- a favor de una lectura de todo conflicto en clave intimista o individual, moral o psicologista. Y esto es lo que ocurre en buena parte de las novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad.
Me salgo un poco del libro. Hablas mucho y muy bien de Juan Carlos Rodríguez, un filósofo acaso no suficientemente reconocido. ¿Qué te atrae más de su marxismo, de su interpretación de la obra de Marx?
Aunque creo que la etiqueta de «filósofo» le encaja a la perfección e incluso no le queda en absoluto grande, en realidad Juan Carlos Rodríguez no es filósofo, sino es Catedrático de Literatura en la Universidad de Granada. Es teórico de la literatura. Cito mucho a Juan Carlos Rodríguez, sí, incluso demasiado, y demasiado a menudo. Aunque a veces creo que no le cito lo suficiente, teniendo en cuenta lo mucho que ha aportado y que me ha aportado su teoría en mi formación académica. Juan Carlos Rodríguez posiblemente sea el mayor teórico de la literatura vivo, no en España, sino en el mundo. Y no solo en el ámbito de la teoría marxista, cuyo trabajo es sumamente importante y ha permitido que repensemos el marxismo como teoría, sino en el ámbito de la teoría de la literatura en general. Sus aportaciones teóricas nos modifican cualquier intento previo de acercarnos a la literatura, de interpretar el significado de la literatura. A Juan Carlos Rodríguez, que es un teórico que proviene de la escuela althusseriana, le debemos conceptos clave como «inconsciente ideológico» o «radical historicidad», sin los cuales resultaría ciertamente complicado estudiar la literatura desde una posición verdaderamente materialista, de entender la literatura como producción ideológica, como un discurso que es el resultado de unas condiciones históricas –políticas, económicas, sociales- específicas y que opera en la reproducción y legitimación ideológica de las clases que luchan por la conquista del poder.
Pero hay que andar con cuidado cuando se lee a Juan Carlos Rodríguez, porque nadie sale de un libro suyo igual a como ha entrado.
¿Por qué?
Los libros de Juan Carlos te transforman radicalmente, sales con una concepción de la literatura radicalmente distinta a como la concebías antes de abrir un libro suyo; pero también te transforma a ti mismo, que desde entonces solo puedes concebirte como un «sujeto histórico» que vive en unas condiciones históricas concretas, que nace con un inconsciente que determina tu práctica, tu escritura, que te hace sufrir contradicciones radicales que difícilmente podemos resolver individualmente (salvo que pretendamos resolverlas imaginariamente). Porque, aunque en la obra de Juan Carlos Rodríguez la literatura ocupa su centro, y de literatura se ocupa en buena medida en su obra, en realidad su gran preocupación y su gran planteamiento y su tema verdaderamente central es la configuración del «sujeto libre» (moderno, burgués) que nace con el primer capitalismo tras la crisis ideológica del organicismo y del sistema económico y social sobre el que se sostenía: el feudalismo. La obra de Juan Carlos Rodríguez, me atrevo a decir, no habla de otra cosa que de lo que hoy llamamos «sujeto», y de cómo se construye históricamente.
Decía que entrar en un libro de Juan Carlos supone renunciar –o mejor: romper- con nuestra concepción literaria, y no solo literaria, anterior. Su primer libro, Teoría e Historia de la producción ideológica, un libro seminal de toda su teoría, ya desde la primera línea agita todos los pilares sobre los que se sostenía nuestro mundo, nuestra concepción sobre lo que entendemos por literatura: «La literatura no ha existido siempre. Los discursos a los que hoy aplicamos el nombre de “literarios” constituyen una realidad histórica que solo ha podido surgir a partir de una serie de condiciones –asimismo históricas- muy estrictas: las condiciones derivadas del nivel ideológico característico de las formaciones sociales “modernas” o “burguesas” en sentido general». Lo que puede sonar a provocación, por lo tajante de la afirmación («la literatura no ha existido siempre»), en verdad no lo es, más bien constituye la base teórica sobre la que se edifica la teoría de Juan Carlos Rodríguez y que va a desarrollar no solo a lo largo de su primer libro, sino a lo largo de toda su obra. Desde La norma literaria hasta De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, pasando, entre otros títulos destacados de su bibliografía, por La literatura del pobre, De qué hablamos cuando hablamos de literatura o su imprescindible ensayo sobre El Quijote titulado El escritor que compró su propio libro, Juan Carlos Rodríguez se ha dedicado a leer la literatura en los términos que anuncia el primer párrafo de su primer libro.
Juan Carlos Rodríguez nos enseñó a bajar la literatura de las nubes, a estudiarla en su radical historicidad. Y digo «enseñó», porque, aunque nunca me dio clase, me considero un discípulo suyo en la distancia. Si mi maestro cercano, de quien sí recibí clase e incluso me dirigió la tesis doctoral, es Julio Rodríguez Puértolas, puedo considerar a Juan Carlos Rodríguez como un profesor que me dio clase a través de sus libros. Le tengo un enorme respeto y una gran admiración. De verdad que no exagero cuando digo que es el mayor teórico de la literatura, marxista o no, vivo. Lo que sucede –y permíteme la broma- es que Juan Carlos Rodríguez ha tenido la mala suerte de llamarse Juan Carlos, de apellidarse Rodríguez Gómez y de vivir en la periferia de un país periférico. De lo contrario, hoy estaríamos hablando de Juan Carlos Rodríguez como quien habla de Badiou, Jameson, Eagleton o incluso Bordieu. Pero –e insisto: no exagero- creo que la obra de Juan Carlos, en términos de lo que ha aportado, los supera de buen grado a todos ellos. Aunque, también hay que decirlo, Juan Carlos Rodríguez tiene un gran prestigio en Estados Unidos, donde su obra ha sido traducida, e incluso ha sido estudiada en tesis doctorales.
De hecho, tu respuesta es casi una tesis doctoral o cuanto menos una reflexión que mueve a escribirla. ¿Qué es eso de la teoría de la equidistancia? ¿Equidistancia entre qué y qué? Soldados de Salamina, según leo, sería un ejemplo de ello. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver la muerte de don Antonio Machado con el fusilamiento no efectuado de Rafael Sánchez Mazas?
La teoría de la equidistancia relata la Guerra Civil situando la responsabilidad de lo sucedido en idéntica simetría, donde se culpa por igual a golpistas y a quienes defendieron un sistema democrático como fue la República. Se trata de igualar moralmente y de exigirle la misma responsabilidad en lo ocurrido a los llamados «dos bandos». Recuerdo que Carmen Negrín, en una conferencia que impartió en la Universidad Autónoma de Madrid, en el marco de las Jornadas sobre la Cultura de la República que organiza el profesor –mi profesor- Julio Rodríguez Puértolas, dijo «bando: ¿dos bandos? Un gobierno no es un bando?». La teoría de la equidistancia, como vemos, se ha instalado en el lenguaje, como dijo muy bien Carmen Negrín: la República no es un bando, es un gobierno golpeado, es un gobierno legítimo, democráticamente electo, constitucional, nunca un bando. La teoría de la equidistancia –y por ello era necesario dedicarle todo un apartado en el libro- está muy presente en la narrativa española actual. Cuántas referencias se pueden encontrar en las novelas que dicen «en este país todos mataron por igual», «hay asesinos en ambos bandos», «tantas barbaridades cometieron unos como los otros», etc. Se difumina, pues, la barrera que separa a verdugos y víctimas, a unos golpistas y a un gobierno legítimo. La teoría de la equidistancia tergiversa la historia, la falsifica e incluso funciona como caldo de cultivo para posteriores revisionismos.
¿Qué tiene que ver don Antonio Machado con Rafael Sánchez Mazas?, me preguntas a raíz de Soldados de Salamina. Nada. Salvo que por las mismas fechas en que Machado murió en Colliure, en su camino hacia el exilio, el falangista Sánchez Mazas sobrevivió a un fusilamiento en la provincia de Girona. Esa coincidencia –que tampoco creo que sea tal, pero se la hace venir Cercas para montar su «relato real»- es la que permite a Javier Cercas iniciar su novela. Cercas pone, y lo dice literalmente, en idéntica simetría a la víctima (Machado) y al verdugo (Sánchez Mazas), a quien tuvo que morir fuera de su país, huyendo de la guerra, y a uno de los fundadores del partido que inició esa guerra. Pero, ¿ambos fueron víctimas? Para Cercas, bien lo parece, ya que al pobre Sanchez Mazas, lamenta Cercas, hoy nadie le lee ni le recuerda, mientras a Machado sí, es leído, aplaudido y estudiado. Pero, en mi opinión, no se les puede igualar.
En mi opinión tampoco. Hablabas de Carmen Negrín. Me vuelvo a alejar un poco de tu libro. ¿Hemos reconocido como se debía la figura de Juan Negrín?
Seguramente no. Aunque, en realidad, casi ningún protagonista de la Guerra Civil ha sido debidamente reconocido todavía. Pero en el caso del doctor Negrín, mucho menos. A pesar de ser socialista, se le ha retratado como un títere de la URSS, de Stalin, cuando ni mucho menos fue así. En esos relatos que se construyen sobre la ecuación República/URSS, Negrín suele aparecer como un elemento fundamental para que la ecuación –otro mito de la cruzada de Franco- se resuelva favorablemente.
Sueles citar a varios autores, no digo que sean los únicos. Sus nombres: J.C. Mainer, Muñoz Molina, Jordi Gracia, Javier Cercas, Trapiello, Almudena Grandes,… ¿Qué tienen en común? ¿Comparten alguna cosmovisión sobre nuestra guerra civil? Grandes es militante o cuanto menos simpatizante de IU por ejemplo; no es el caso de Muñoz Molina.
En este punto se hace imprescindible separar a Almudena Grandes de los demás que citas. Puedo tener críticas hacia Almudena Grandes, y creo que pertinente hacerlo aunque la autora haya militado en IU, pero hay que reconocerle que ella siempre ha tratado de señalar quiénes fueron los golpistas y quiénes sufrieron la agresión del golpe. A los demás, yo los he denominado «los redentores por la vía de la estética», es decir, autores que de pronto empiezan a vindicar a los escritores fascistas pidiéndonos que dejemos de pensar en 1936 para valorarlos literariamente. Trapiello dijo aquello que los fascistas ganaron la guerra, pero perdieron las páginas de la literatura, y ahora quiere que también la ganen, haciéndonos creer que literatura e Historia se pueden separar, que podemos leer novelas que legitiman un golpe de Estado sin sentir dolor por lo que sucedió. Nos pide que olvidemos lo ocurrido para paladear la esencia de la literatura. Además, hay que añadir que es falso que los falangistas perdieran las páginas de la literatura. Quien perdió las páginas de la literatura son todos aquellos novelistas muertos o exiliados, cuyas obras desconocemos. Pienso en la autora doblemente olvidada, por mujer y comunista, Luisa Carnés, una magnífica novelista, autora de Tea Rooms, de quien el profesor Antonio Plaza está realizando una labor encomiable de rescate de su obra; o el dramaturgo Francisco Martínez Allende, autor de Camino leal, una obra sobre la Guerra Civil que escribió en un campo de refugiados francés, y que hoy la conocemos porque la acaba de editar, por vez primera, la Asociación de Directores de Escena de España, con un estudio riguroso de Juan Antonio Hormigón. Queda mucho trabajo por hacer, queda mucha memoria literaria que rescatar. Así que afirmaciones como las de Trapiello no puede sino considerarse una boutade, una provocación o una falta de conocimiento de cuáles son en verdad las páginas arrancadas de los manuales de literatura.
Luisa Carnés, Francisco Martínez Allende… no conocía su existencia. Yo mismo soy ejemplo de esa desmemoria de la que hablas. Presentas a Jordi Gracia como “abanderado de los redentores y acaso el protector de los fascistas reciclados” pero el autor de La resistencia silenciosa está lejos de comulgar con posiciones reaccionarias. Es un ciudadano de izquierdas que tal vez haya apuntado, e intentado demostrar, que no tuvo fue erial, literariamente hablando, en la España franquista.
Insisto en que yo no analizo las actitudes de los ciudadanos, sino sus textos. No todo fue un erial, y seguramente hay fascistas que escriben «muy bien», pero no podemos olvidar que fueron fascistas, como pretende que hagamos con Giménez Caballero, por ejemplo, al que rescata como figura destacada del intelectualismo español de los años veinte y como el gran impulsor de la vanguardia, pero nada dice de su ideología (ni de la ideología de sus textos, que es lo que de verdad interesa).
¿Tratas con equidad la figura de Dionisio Ridruejo? Fue lo que fue y hizo lo que hizo, sin duda, pero ¿no tomó durante el fascismo posiciones netamente democráticas aunque fuera ciertamente bastante o muy anticomunista? La represión no pasó de largo sobre él.
No trato la figura de Ridruejo, trato el modo en el que se moldea a Ridruejo en la actualidad, donde solo se habla de él como un avanzado demócrata, un moderno, un disidente del franquismo, como se humaniza su figura a la vez que se olvida quién fue anteriormente Ridruejo, antes de convertirse en ese «disidente» del que nos hablan. No obstante, creo que Ridruejo si se opuso al franquismo no fue por vocación democrática, sino porque, en tanto que fascista, no veía con buenos ojos la limpieza de fachada y el proceso de desfascistización que inició el franquismo para integrarse en el bloque capitalista a partir del medio siglo. Si se opuso al franquismo no fue por convicciones democráticas, sino porque consideraba que el franquismo había traicionado su ideología fascista, su legitimación de origen.
Ahí, en las varias etapas de Ridruejo, no te sigo del todo. ¿Qué es eso del aideologismo? ¿No está bien superar la ideología, entendida ésta como falsa consciencia? Es, además, programa o finalidad marxista si no ando.
El aideologisimo es una forma más de liquidar la historicidad. Podríamos llamarlo también despolitización. Se trata de describir la Guerra Civil no como un conflicto político, o ideológico, sino como una suerte de enfrentamientos entre individuos aislados que, no se sabe muy bien por qué, se enfrentan en la contienda. Esta estrategia suele poner el foco en los llamados «móviles personales» de la guerra, en gente que aprovecha la coyuntura para matar al vecino que tanto odia, que le debe dinero, o que tiene cuentas pendientes con él. Se desplaza la lectura de que la Guerra Civil fue consecuencia de un golpe de Estado que dio el «bloque histórico dominante», cuya hegemonía estaba en retroceso, contra una República que había tratado de emprender reformas para lograr mayor justicia social. Esta visión nos permite extraer la lectura de que la Guerra Civil fue un lugar donde la gente actuó por miedo, odio o venganza, y no como un enfrentamiento político. Categorías como las señaladas –odio, miedo, venganza, etc.– deben reconocerse como síntomas del conflicto, pero no como elementos determinantes que lo originan. Confundir las causas con las consecuencias, lo determinante y lo determinado, puede provocar un falseamiento total o parcial de la Historia.
Haces tuyas en el capítulo 3.II palabras de Adolfo Sánchez Vázquez. ¿Qué representa para ti la figura de nuestro gran filósofo exiliado?
Decía Miguel Hernández, en la elegía que le dedicó a Lorca, una vez le llega la noticia de su fusilamiento, lo siguiente: «donde cultiva el hombre raíces y esperanzas /y llueve sal, y esparce calaveras». Me parece una imagen que sintetiza muy bien lo que fue el golpe de Estado, la Guerra Civil y el franquismo. Si la República era un terreno fértil donde poder cultivar raíces y esperanzas, el franquismo esparció sal y calaveras y convirtió ese terreno en un erial. Que alguien como Adolfo Sánchez Vázquez marchara al exilio al concluir la guerra forma parte de esa lluvia de sal y de calaveras esparcidas. Forma parte de tantas, tantas cosas que se perdieron tras perder la República la Guerra Civil española. Qué distinta sería ahora la filosofía en este país si no hubiéramos tenido que renunciar, que perder, a alguien como Alfonso Sánchez Vázquez.
Dejemos constancia de nuestro recuerdo en estas páginas. Nosotros lo entrevistamos antes de su fallecimiento para los documentales “Integral Sacristán”. Te pregunto ahora por la aproximación neohumanista a nuestra Guerra Civil. Eres crítico de ella.
Lo soy. Cuando quieras proseguimos.

Salvador López Arnal // Rebelión (23/03/2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196811