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viernes, 20 de marzo de 2015

Entrevista en Rebelión sobre "La Guerra Civil como moda literaria" (III)

Entrevista a David Becerra Mayor sobre "La guerra civil como moda literaria" (III)
“La labor del crítico es analizar qué tipo de discurso ideológico se esconde detrás de una novela y señalarlo”



Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de crítica literaria, autor del ensayo La novela de la no-ideología, David Becerra Mayor ha publicado recientemente en la editorial Clave Intelectual La guerra civil como moda literaria. En su última obra de centra nuestra conversación.
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Nos habíamos quedado en la segunda parte de tu libro. Tendré que caminar con pasos más agigantados. Señalas en el primer apartado de esta parte que cuando aparece la II República en las novelas analizadas nunca aparece como algo considerado en sí mismo sino como antesala de la mal denominada guerra civil. ¿Y eso es grave? ¿Por qué? En algunos casos, añades, la II República es sinónimo de caos y conflicto permanente. ¿No fue el caso en algunos, en muchos momentos?
Creo que la República tiene su propia sustancialidad histórica. La República se puede entender y explicar sin necesidad de hacerlo desde la Guerra Civil, como si sólo fuera una causa y no un episodio histórico específico. Hay una visión, que es hoy dominante, no sólo en las novelas que analizo sino también en buena parte de los ensayos que se escriben sobre la República, que yo denomino teleológica: la República se explica desde su final. Creo que hay que reivindicar qué fue verdaderamente –históricamente- la República, señalando sus logros, asumiendo sus grandes contradicciones, sus fracasos, sus expectativas logradas pero también las no satisfechas, como hechos que le pertenecen a la República, no como algo que tiene que desencadenar “inevitablemente” en una guerra civil. Creo que esa sería la forma más rigurosa de acercarse a la República. Y estas novelas no lo hacen. De hecho, no tenemos novelas de tema estrictamente republicano; la República, como digo, siempre aparece para explicar la guerra que ha de venir de un modo casi inexorable. Esta descripción teleológica no hace justicia –desde un punto de vista histórico- a la República.
Por otro lado, cuando la República se define según el mito de la cruzada de Franco, que aunque fue desterrado por Southworth sus fantasmas todavía merodean por las páginas de nuestra novela reciente, la República aparece como sinónimo de caos y conflicto permanente. ¿Fue así? Como tú señalas, en algunos casos. Claro que hubo tensión social, conflicto de clase, enfrentamientos políticos. Pero eso no puede aplicarse al conjunto del periodo republicano y, ni mucho menos, utilizarlo como una forma de legitimar (o relegitimar) el golpe de Estado, como sucede en algunas novelas que analizo. Hay novelas que muestran el caos para legitimar la necesidad de un correctivo que le devolviera a España el orden. Ese correctivo fue el golpe de Estado.
Otra de tus críticas se adentra en territorios soviéticos: la República, señalas, no fue una marioneta de la URSS, el PCE no fue el brazo ejecutor de las políticas dictadas por las instancias gubernamentales soviéticas. ¿Esta es también una de las constantes de las novelas analizadas? ¿No resulta extraño teniendo en cuenta lo que muchos historiadores, Ángel Viñas entre ellos, Fernando Hernández Sánchez también, han sacado a la luz?
Así es. Esta idea está muy presente en las novelas. Es una idea que alimentaron los ideólogos de la cruzada de Franco. Ellos, los autoproclamados nacionales, tenían que luchar contra una fuerza extranjera que pretendía invadirles, convertir España en una colonia soviética. Franco inició de este modo su cruzada contra el comunismo. Se levantó para salvar España del comunismo. Esta idea, que, insisto, creíamos que Southworth ya la había desterrado para siempre, vuelve a aparecer en nuestra novela. Es verdad que tenemos historiadores prestigiosos y rigurosos como Ángel Viñas o Fernando Hernández Sánchez o Helen Graham que cuestionan, con datos y documentación, esta teoría/mito; sin embargo, nuestros novelistas parece que prefieren reproducir el mito de la cruzada de Franco que arrojar nueva luz para desterrar el mito. Nuestros novelistas prefieren el mito a la Historia.
¿Cómo son tratados los hechos de Mayo de 1937 de Barcelona en las novelas que has analizado?
No son tratados. Hay referencias constantes, pero nunca se abordan “els fets de maig” en profundidad, con voluntad historicista. Se alude a lo que los comunistas hicieron en aquel mayo de 1937 en Barcelona, pero apenas se dice nada de la posición de Azaña, del gobierno de la República, de las causas que lo desencadenaron, de las contradicciones que estallan en la retaguardia de un frente que va perdiendo una guerra; simplemente se quiere transmitir la idea, sin contrastarla ni analizar lo ocurrido con rigor, de que los comunistas españoles, a las órdenes de Stalin, cometían todo tipo de barbaridades, mucho peores que las que cometían los franquistas en su bando. Entre ellas, este episodio.
¿Y la muerte-asesinato de Nin? ¿Hay alguna novela que te parezca especialmente recomendable o destacable que se centre en la “desaparición” del dirigente del POUM?
Lo mismo que lo anterior. Se habla mucho de Nin. Pero tampoco hay un intento de clarificar nada. Nin está puesto al servicio de la ecuación República/URSS, solamente se utiliza para reafirmar la idea de que quien gobernaba en España no era un gobierno democrático y legítimo, sino Stalin. A nuestros novelistas no les importa la historia de Nin, les importa el uso interesado que se puede hacer contando la historia de Nin. Hay una novela que sí se ocupa del caso Nin en concreto; es La noche desnuda de Juan Carlos Arce . Es una novela policíaca.
Tal vez esté equivocado pero dos de los novelistas que merecen más críticas tuyas son Manuel Maristany y Antonio Muñoz Molina. Apenas conozco al primero, pero ¿no ves también alguna transformación en las aproximaciones del segundo al hilo de su evolución política? Algo así como si su mano política guiase su mano novelística.
Manuel Maristany es abiertamente un fascista. Y él mismo lo reconoce. Y afirma que escribe desde su punto de vista de clase, que es la de alguien que pertenecía a la burguesía catalana y que vio como la República hizo retroceder sus privilegios. Y contra la República arremete, poniéndose de lado de los golpistas. Y legitimando el golpe. El golpe fue imprescindible para que su clase perdurara y pervivieran sus privilegios. Y lo celebra. Salvó a España, en su opinión, cuando en realidad salvó a los suyos. Por su parte, Muñoz Molina seguramente no reconoce que es un fascista, y seguramente no lo sea, pero cuando leí su novela La noche de los tiempos no puede sino pensar en aquella frase de Thomas Mann que dice: “Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el mejor de los casos es una superficialidad; en el peor, es fascismo. Quien insiste en esta equiparación puede considerarse un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad un fascista, y desde luego solo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo”.
Dicho esto, coincido contigo en que la mano política guía su mano novelística. Si –acuérdate- en nuestra anterior conversación hablamos del inconsciente ideológico, en el caso de Muñoz Molina no es el inconsciente el que habla, él es muy consciente de lo que piensa, de lo que dice, de lo que escribe.
Pero es un caso bastante peculiar. ¿No estuvo hace ya algunos años en las proximidades de IU?
Seguramente. Pero hace un par de años, quizá tres, defendió, desde su posición de escritor y de académico de la RAE, que la palabra «comunismo» tenía que equiparse, en el diccionario, a la de fascismo, en tanto que, a su parecer, ambos son regímenes en esencia igualmente totalitarios. Y lo decía sin tener en cuenta que en los textos fundacionales del fascismo esta ideología política se definía a sí misma como totalitaria, mientras que el comunismo nunca se ha definido a sí mismo en esos términos. No sé a quién votará Muñoz Molina, ni me interesa; lo que me interesa es ver qué dicen sus textos. Y su última novela es claramente anticomunista y su anticomunismo se asemeja mucho más al anticomunismo que construyó el fascismo que al anticomunismo liberal. Aunque hay un poco de todo.
Hablas de una clara y digna excepción, de una novela de Felipe Alcaraz. ¿Nos hablas un poco de ella? Por lo demás, perdona la impertinencia: ¿no será que tu juicio positivo sobre La muerte imposible está mediado o cuanto menos influenciado por tu mayor proximidad política a las posiciones del que fuera diputado del PCE?
Asumo la impertinencia, porque, si me permites el juego de palabras, es muy pertinente. Cuando hago juicios positivos –y lo hago en el caso de Felipe Alcaraz, pero también de Isaac Rosa- no lo hago por nuestra proximidad política, sino porque creo que coincidimos en nuestra forma de concebir la memoria no como una forma estéril de acercarnos al pasado, sino como un modo de cambiar el presente. Pero me preguntas por la novela.
Sobre ella te preguntaba
Es interesante, porque nos habla de Mercedes Olmedo, una mujer que decide, cuando los fascistas van a capturarla para fusilarla, no ser derrotada. Y se suicida. El suicidio, se dice, es una victoria al revés. Aunque, como dice Pavese, los suicidios son homicidios tímidos –y así se dice en la novela-, también se contempla como una victoria. No lo han asesinado, no permitió que la asesinaran, no permitió que en su cuerpo se encontrara ni una sola huella de la derrota. Antes de sufrir la derrota, ella misma se quitó la vida.
¿Cómo debería escribirse una novela sobre la guerra civil española? No sé si has leído Todo que ganar: ¿de esa forma, de la forma en que Juako Escaso relaciona y vincula nuestro pasado relativamente reciente (Vitoria, 3 de marzo) y nuestro presente?
No he leído, todavía, la novela de Juako Escaso. La enorme labor que están realizando Eva Fernández y Alfonso Serrano en la editorial La Oveja Roja hace que se nos acumulen lecturas. Qué mes de febrero: Panfleto para seguir viviendo, Insurgencias invisibles y ahora Todo que ganar. La Oveja Roja demuestra que otra literatura es posible. Celebro que existan.

Tienes razón. Yo también.
Ahora bien, no sé –ni es la función del crítico saberlo- cómo debería escribirse una novela sobre la Guerra Civil. El trabajo del crítico no es normativo. Tienen que ser los novelistas quienes diriman cómo tiene que tratarse un tema en su literatura; luego, la labor del crítico es impugnarlo o celebrarlo, observar si es un discurso inmovilizador o emancipador. No obstante, me aventuro con una respuesta: una novela sobre la Guerra Civil tiene que mostrar la continuidad que existe entre el pasado vencedor y nuestro presente, que es heredero de ese pasado. Tiene que mostrar la continuidad para que podamos establecer una ruptura con ese pasado que pervive todavía en nuestro presente.
Dos preguntas un poco descorteses. De las novelas que has citado hasta el momento, hay una en la que creo que eres un pelín injusto: Los girasoles ciegos. A mí me parece que es una novela que ayuda a amar la República y la resistencia antifascista, a acercarse a ellas, a proseguir con su legado. Mueve al lector/a a la insumisión, no a pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, en una aburrida democracia por ejemplo y que todo ya está hecho. No te oculto mi admiración por Alberto Méndez.
Tú nunca eres descortés, querido Salvador. Agradezco esta pregunta. A mí también me parece una buena novela Los girasoles ciegos. De hecho, si no recuerdo mal, lo que en el libro analizo de la novela de Alberto Méndez es bastante positivo: hablo de la posibilidad de hacer de la escritura un instrumento para mantener viva la memoria, un arma para combatir no ya contra la muerte física, sino la muerte hermenéutica, aquella que condena a los muertos a la insignificancia, aquella que borra su nombre de la Historia.
La segunda de estas preguntas: ¿novela no es ficción, no es creación? ¿No estás ideologizando en exceso el trabajo de un novelista? ¿No estás presuponiendo que el novelista tenga que mancharse sus manos más de la cuenta y que lo mire todo con ojos políticos?
Si asumimos que la novela es sólo ficción o creación y que por lo tanto tenemos que analizarla sólo desde la propia ficción y tenemos que aceptar que la literatura sólo a la literatura se debe y no a la Historia, supone asumir la visión dominante de lo que tenemos que entender por literatura. Yo entiendo que la literatura no es sólo un discurso bello o un discurso que nos entretiene, creo que la literatura es un operador privilegiado de reproducción y legitimación ideológica, como nos enseñó Althusser, Balibar, Macherey, Juan Carlos Rodríguez o Julio Rodríguez Puértolas. Por eso, y no por voluntad inquisidora, analizamos la ideología que late en los textos. Porque, en tanto que discurso público, construye ideología, transmite una visión del mundo. La labor del crítico, en mi opinión, es analizar qué tipo de discurso ideológico se esconde detrás de una novela y señalarlo. Porque la literatura no es inocente, no es un discurso autónomo y neutral, participa en la esfera pública. Por ello es necesario analizarlo.
Un comentario de texto. El comité de la noche, se le pregunta en Diagonal a Belén Gopegui, “tiene un lenguaje cuidado, una capacidad de crear diálogos intensos, referencias intertextuales precisas. ¿Es posible un lenguaje antagonista dentro de los códigos del poder?”. Su respuesta, la respuesta de Belén: “Entre la frase de Audre Lorde “las herramientas del amo no destruirán la casa del amo”, aquella de Chirbes “la buena letra es el disfraz de las mentiras” y el verso de Adrienne Rich “éste es el lenguaje del opresor / y sin embargo lo necesito para hablarte”, transcurre un debate de siglos”. En realidad, prosigue la autora de Lo real, “parte de la evolución de lo que sea que llamemos arte ha estado marcada por la necesidad de cambiar las herramientas, violentar el lenguaje y hacer estallar en pedazos la buena letra impuesta por la clase dominante”. Cita entonces a Jesús Ibáñez (José Luis Moreno Pestaña ha escrito un gran libro sobre él) quien “contaba la historia de aquel maestro que le decía a su discípulo: “Si dices que este palo es real, te pegaré con él, si dices que no es real, te pegaré con él, si callas, te pegaré con él”. La salida, decía, era arrancarle el palo de las manos y darle con él en la cabeza”. Dicho de otro modo y con respecto al arte, concluye Belén, “aun manteniendo siempre la atención hacia todo lo que los códigos y herramientas cuentan por sí mismos, y aun procurando siempre destrozar esos códigos y esas herramientas, recordemos también que la razón de destrozarlos no es un dilema formal, como si eso existiera, sino arrebatar el palo, el monopolio de la violencia real, microfísica, simbólica, que, de modo ilegítimo, ejercen el capital y el patriarcado”. ¿Qué tal esta reflexión? ¿La suscribirías?
Totalmente. Belén Gopegui es una de las escritoras que más ha reflexionado sobre las posibilidades de la literatura para la emancipación y la transformación política y social. Aprendo mucho leyéndola. Suscribo cada una de sus palabras.
Llegamos a la tercera parte. ¿Abuso de ti si te propongo una cuarta entrevista? La última, te lo prometo. Por cierto, ¿qué es eso de la liquidación de la historicidad, el título de esta parte anunciada? ¿Liquidación de la historicidad hablando de novelas que toman pie en la mal llamada guerra civil española? ¿No es eso una verdadera contradicción?
En absoluto abusas de mí. Agradezco mucho tus preguntas y la molestia que te estás tomando. El interés que estás mostrando en mi trabajo. Es para mí un placer enorme poder dialogar contigo. Y para responderte, voy a utilizar un chascarrillo de Z izek, de quien ya hablamos en nuestra última conversación. En el capitalismo avanzado la cerveza es sin alcohol, el café sin cafeína, el helado sin grasa... y yo añado: y las novelas históricas sin Historia. Parece una contradicción, en efecto, pero esto es la liquidación de la historicidad. Novelas históricas donde la Historia, en un sentido fuerte, como lugar de conflictos y contradicciones, como algo vivo, en movimiento, desaparece de estas novelas históricas. El pasado se vuelve un lugar estático, un escenario, un telón de fondo, en una localización, donde ocurren conflictos individuales, pero en vez de situarse en la actualidad se sitúan en plena Guerra Civil. Seguiremos profundizándolo en la ¿definitiva? entrevista. Será, insisto, para mí un placer proseguir este diálogo.

De acuerdo. Hasta pronto. 

Salvador López Arnal // Publicado en Rebelión (16 de marzo de 2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196513 

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