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jueves, 15 de enero de 2015

Un paso adelante, dos pasos atrás


La primera vez que asistí a un concierto de Nacho Vegas, lo que más me llamó la atención fue que cuando alguien del público se disponía a corear un estribillo, de varios lugares de la sala se oía un «Shhhh!». La liturgia exigía silencio y un simple tarareo suponía un sacrilegio. La experiencia se tenía que vivir en solitario y cantar en común era caer demasiado bajo. Esta actitud individualista tal vez sirva para definir la ideología de indies, hipsters y gafapastas que Víctor Lenore analiza en su libro. Disfrazado de contracultura, el indie reproduce la ideología dominante por medio de un comportamiento clasista de distinción. Indies, hipsters y gafapastas, cuyo subtítulo muestra de forma muy explícita el objetivo que se persigue en sus páginas, Crónica de una dominación cultural, tratar de explicar «cómo se han impuesto estas subculturas modernas, qué estructuras de poder refuerzan y por qué nos atrae tanto esta estética dominante en el capitalismo avanzado».

Lo primero que se observa en el ensayo de Lenore es el modo en que la música indie -aunque no estamos sólo ante un fenómeno musical- trata de rehuir lo político. La política mancha, convierte el arte en panfleto, dirán desde el indie, y sus canciones se encerrarán en el plano de lo íntimo y lo individual (y en ocasiones, de lo sideral). Los conflictos sociales se invisibilizan y no se muestran más tensiones que las que suceden en el interior de un sujeto problemático. Hay una desconexión total con la realidad inmediata y, en consecuencia, y como sostiene Lenore, «está claro que nadie podría adivinar qué estaba pasando en nuestro país a partir de discos». A diferencia de otras culturas urbanas, en el indie, dice el autor, «se ha disuelto en gran parte aquella vieja hostilidad, recuerdo de la lucha de clases, que hizo que algunas tribus urbanas (punkis, hippies, okupas...) sirvieran como educación política para millones de jóvenes de Occidente». No obstante, conviene recordar, como apunta Nacho Vegas en el prólogo que abre el libro, que aunque el indie fuera «una escena despolitizada no se quiere decir que careciera de dimensión política, sino de conciencia política [...]. El arte no es político sólo en su versión antagonista o de denuncia, sino que lo es también por omisión o asunción del discurso dominante». Como decía Althusser, «la ideología nunca dice “soy ideológica”», como asimismo se observa en la última hora de la narrativa española (como lo he tratado en mi ensayo La novela de la no-ideología).

Pero no sólo en la ausencia del conflicto se encuentra la ideología de los hipsters, sino también en su intento de servirse de la cultura como instrumento de desclasamiento social, para distinguirse cada vez más de una clase trabajadora que aborrecen. Porque como los define Lenore, los hipsters no son sino «blancos de clase media y alta intentando marcar distancias culturales con el populacho». Y lo hacen por medio de un consumo cultural elitista, de marcada anglofilia, de gustos selectos, de objetos de edición limitada, de productos culturales que no gusten a las masas. También tratan de diferenciarse de la clase trabajadora definiéndose como un «clase creativa» que vive -o malvive, porque en el mundo hispter existen unas precarias condiciones de trabajo que sin embargo se invisibilizan en sus productos- de trabajos ligados al arte, al diseño o a la comunicación. El hispter hace apología del emprendimiento como única posibilidad de triunfar según un esquema de valores -vale decir: una ideología- centrada en el individualismo. Sin embargo, y como señala muy acertadamente el autor, el giro procapitalista de los hipsters encuentra su motivo en que estos jóvenes «salieron de la universidad con deudas enormes y un mercado de trabajo destrozado. Para ellos, montar un pequeños negocio que tenga éxito es la única salida vital posible, de ahí el extremo interés por el emprendizaje».

Aunque no es el propósito del libro hacer una propuesta de una cultura alternativa, más allá de la afirmación -que el mismo autor considera poco ambiciosa- de «acabar con el racismo, el esnobismo, la angolofilia, el machismo y la pedantería» en el ámbito cultural, en sus artículos periodísticos y en las entrevistas que ha concedido a raíz de la publicación de Indies, hipsters y gafapastas, Víctor Lenore hace frente a esta cultura hegemónica disfrazada de contrahegemónica por medio de la reivindicación de una cultura popular que va desde el reguetón a la rumba, pasando por la cumbia villera. En este punto es donde resulta imprescindible volver a Lenin. No podemos sino celebrar la publicación de un ensayo como el de Lenore, que analiza la cultura en términos de dominación, dando un paso adelante. Pero también tenemos que advertir que se dan dos pasos atrás al oponerse a lo existente desde un discurso asimismo existente y, en consecuencia, tan ideologizada como el que denuncia, en vez de construir una cultura otra. Porque en eso que Lenore llama «cultura popular» hay tanto clasismo y machismo como en la música hipster. Basta detener las caderas y pararse a escuchar sus letras (Vr. gr.: «Acabo de conocerte / disculpa pero no puedo mantenerte / sólo quiero complacerte»).

Pero con independencia de lo último, el libro de Víctor Lenore resulta a todas luces necesario, ya que genera un debate allí donde había un terreno estéril para una discusión política y cultural seria, donde sólo había un consenso inmovilizador, encuentros complacientes, falta de reflexión pública y, sobre todo, mucha apología de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. La coyuntura histórica determinará si los dos pasos atrás son un retroceso o el gesto necesario para coger impulso. Depende de nosotros.

David Becerra Mayor // Mundo Obrero, nº 280 (enero 2015). Fuente: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4442 

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