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martes, 27 de mayo de 2014

"Teoría y práctica de la censura"

Sobre No tan incendiario y Amor fou de Marta Sanz

Este texto aspira a manchar de tinta las manos que lo agarren». Con estas palabras declara sus intenciones Marta Sanz en los primeros párrafos de su ensayo No tan incendiario (Periférica, 2014). Un libro que reúne las reflexiones de la autora alrededor de la literatura, desde su posición de lectora, pero también –y principalmente– como escritora, como productora de textos y de ideas. Ambas facetas –o puntos de partida– comparten un denominador común claro: la mirada crítica con la que Marta Sanz se enfrenta a la realidad y sus representaciones, a la literatura como conocimiento, como discurso público, pero también como objeto de consumo, como espectáculo vacío, como actividad de ocio destinada a ocupar el tiempo libre a la que ha sido abocada la cultura en el capitalismo. Frente a las posiciones dominantes y siempre complacientes en torno a lo literario, No tan incendiario es una propuesta de debate.
     Y para animar el debate, Sanz insta a los lectores a que vuelvan «a pensar [la cultura] en clave marxista», esto es, a concebir «la cultura como artefacto ideológico [que] conforma una visión del mundo». Nadie escribe desde el vacío; siempre se escribe desde un lleno ideológico. Hay que ser consciente de ello para tratar de cuestionar el sistema que nos construye como subjetividades insertadas en su maquinaria reproductora. El primer paso acaso sea –señala Sanz– el desahucio del escritor de su clásica torre de marfil, para que pise la calle y abandone el papel de genio místico inspirado que le ha asignado la ideología dominante y que tradicionalmente le ha acompañado. Pero a su vez Marta Sanz reclama a los escritores de izquierda que no renuncien a la lucha por el lenguaje y que reivindiquen como propias palabras como libertad, solidaridad, compromiso, fraternidad, etc., que forman parte de nuestra tradición política, pero que han sido arrebatadas por el pensamiento único y la publicidad. No podemos permanecer impasibles ante el rapto del lenguaje.
     No tan incendiario de Marta Sanz cuestiona también el «totalitarismo del mercado cultural», que impone «la urgencia de complacer al mercado» mediante la imposición de la «consigna “No molestar”». En el capitalismo, dice Sanz, «no es de extrañar que el producto cultural sea efímero (fast food cultura: traga y defeca). Es preciso mover mucho dinero en poco tiempo, de modo que no debemos asombrarnos de que las librerías de fondo se vayan extinguiendo a un ritmo vertiginoso ni de que proliferen los grandes supermercados y superficies culturales». El diagnóstico que ofrece Marta Sanz es claro: «la cultura queda reducida a una sola de sus facetas: la de mero objeto de consumo». En consecuencia, el mercado ejerce un nuevo tipo de censura: aquello que no es rentable, no se publica. Los libros prohibidos del capitalismo no son aquellos que cuestionan su orden económico y político, sino los que no obedezcan al principio básico del capital: la obtención de ganancia. Las llamas de la Inquisición capitalista –en forma de guillotinas en los almacenes de las imprentas– esperan a los herejes del mercado: los libros que no aparecen en las listas de los más vendidos.
     Pero no seamos ingenuos. No caigamos en la trampa de pensar que solamente la rentabilidad marca lo que se publica y lo que no. Aunque es cierto que en el capitalismo avanzado se ha privatizado la censura –no la ejerce el Estado sino las empresas privadas que poseen los medios de producción de las palabras– la única censura existente no es la que imponen libros de contabilidad mercantil. También existe una censura política. La última novela publicada –que no escrita– de Marta Sanz, Amor fou (La Pereza, 2013) es una prueba de ello. Se trata de una novela escrita entre 2006 y 2008, pero que nunca llegaría a publicarse en España. Amor fou ha sido publicada a finales de 2013 en la editorial norteamericana La Pereza, con prólogo de Isaac Rosa, tras ser denegada su publicación en varias editoriales españolas. 

Pero, ¿por qué no pudo publicarse? Evidentemente, si preguntáramos a las editoriales que rechazaron el manuscrito, éstas nos remitirían de inmediato a la –supuestamente negativa– calidad del texto; aunque si acudimos a la trama de la novela comprobaremos que es lo sufrientemente explícita como para sacar conclusiones. Amor fou está protagonizada por activistas sociales que, no sin contradicciones, participan en el movimiento okupa. A través de ellos, la novela cuenta –y denuncia– la represión ejercida por los aparatos de Estado y narra cómo los «policías pegaron una sola patada a la puerta y la destrozaron» para desalojar el centro okupado. Tras el desahucio detienen a muchos de los activistas sociales. Entre ellos se encuentra Lala, su protagonista, que sufre vejaciones y humillaciones en la celda. Si bien Lala no sufre ningún tipo de violencia física, aunque sí psicológica, durante su detención, otros compañeros parecen haber sido torturados en la celda: «un rumor ha llegado a mis oídos [dice Lala]: alguien introdujo en el culo de Chavi [activista okupa] el cañón una pistola descargada y jugó a la ruleta rusa». Aunque Lala reconoce que no puede verificar el rumor, la función del abogado Adrián es demostrar que estas denuncias no son una invención de los detenidos dispuestos a reafirmar su papel de víctima, con el objeto de ser absueltos. Adrián trabaja para visibilizar la existencia –siempre negada por las instituciones– de la tortura en las comisarias:
«A diario Adrián en los tribunales se pone enfrente de los comisarios y los tenientes. No sabe durante cuánto tiempo va a poder seguir haciéndolo, porque Adrián lucha por erradicar enfermedades que en apariencia no existen. Vaginas escarbadas y bolsas de plástico en la cabeza. Madres incrédulas que culpan a sus hijos de lo que les han hecho sus torturadores. Porque es imposible. Manifestantes acusados de terrorismo. Al fondo, un contenedor arde».
Este retrato de la policía como aparato represivo contrasta sobremanera con la imagen oficial que describe al cuerpo policial como un servicio público que trabaja para proteger la seguridad de la ciudadanía. La denuncia ante los abusos policiales se convierte en el tema narrativo que contraviene el relato oficial sobre las fuerzas del orden en España, siempre dibujados como héroes en seriales televisivos y en prensa de sucesos. Y acaso por este motivo, por transgredir el consenso alcanzado en torno a la policía española sobre la que se ha dicho, tal vez para oponerla a la del régimen dictatorial, que era una policía democrática, acaso por este motivo –decíamos– Amor fou nunca se ha publicado en España y forma parte de los libros prohibidos de Marta Sanz. Estamos, ciertamente, ante un caso de lo que podríamos denominar censura blanda: se rechaza la publicación, pero nunca se le dice abiertamente a su autora que el motivo se encuentra en el trato de temas espinosos, sino que se escudan en cuestiones estéticas, de estilo, con la que se pretende justificar los motivos por los que la publicación de esta novela ha sido denegada. No es la primera vez que para censurar la presencia de la ideología antagonista en la literatura se escudan en la estética.

David Becerra Mayor // Publicado en Mundo Obrero, nº 272 (mayo 2014), pág. 28.

lunes, 12 de mayo de 2014

La nueva ofensiva económica de Maduro o el paso firme hacia el socialismo del siglo XXI

La crisis económica golpea a Venezuela: la inflación ha alcanzado en los últimos meses los 60 puntos porcentuales, el desabastecimiento de productos de primera necesidad está a la orden del día y se ha registrado una caída en los datos de crecimiento. Aunque la derecha venezolana se ha apresurado en atribuir toda la responsabilidad a la gestión del gobierno de Nicolás Maduro, lo cierto es que los problemas económicos de Venezuela se agudizan, desde hace un tiempo, por medio de una orquestada guerra económica que persigue la desestabilización de un gobierno legítimo y democráticamente electo en las urnas. Quieren lograr por medio del sabotaje lo que no consiguen a través de la política.
      Para paliar los graves problemas económicos que atraviesa el país, y acaso para asimismo reforzarse ante futuras agresiones económicas, el presidente Nicolás Maduro convocó al sector productivo nacional de titularidad privada a una mesa de diálogo para invitarles a trabajar, codo con codo, en la superación de las dificultades económicas que azotan a Venezuela. La reunión entre más de 700 empresas privadas y el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela se celebró el pasado 24 de abril en tres ciudades de forma simultánea –en Aragua (Centro-norte), Moragas (Nororiente) y Zulia (Noroccidente)– con el propósito de conocer, de primera mano, las necesidades productivas de Venezuela en sus distintas regiones. El objetivo de este encuentro era, como señaló el propio Maduro, “desatar los nudos que frenan el avance económico del país” para emprender “una revolución económica productiva” que potencie, diversifique y dinamice el modelo productivo venezolano para garantizar el abastecimiento y los precios justos.
      La crisis de Venezuela encuentra su causa en dos factores básicos, muy vinculados entre sí: en una estructura económica monoproductora ligada a la actividad extractivista y en su excesiva dependencia de las importaciones. No es un problema nuevo sino histórico que, como señala Atilio Boron en su ensayo ‘América Latina en la geopolítica del imperialismo’, deriva del hecho de que las potencias del norte desindustrializaron los países del sur, re-primarizando sus economías (en los años setenta con el boom del petróleo), impidiendo con ello su desarrollo. Liberarse de este lastre económico, que es estructural, no es una tarea que pueda lograrse en un corto periodo de tiempo. Esta situación convirtió a los países del sur –y Venezuela no es una excepción, sino que puede incluso funcionar como paradigma– en países económicamente dependientes de las importaciones, debido a que la nueva estructura económica impuesta por las potencias del norte ni siquiera les permitía producir sus bienes más básicos. En este sentido, tanto Nicolás Maduro como el vicepresidente Jorge Arreaza acertaron en el análisis y coincidieron en señalar que el objetivo prioritario de esta ofensiva económica era “sustituir las importaciones por productos desarrollados en el país”. Lograr este objetivo resultaría fundamental para poner fin a la situación de dependencia económica que mantiene Venezuela con el exterior, teniendo en cuenta que cerca del 90% de lo que se consume en el suelo nacional es producto de importación.
     El éxito de la ofensiva económica propuesta por Maduro permitiría a Venezuela conquistar su tercera independencia; si con Hugo Chávez Venezuela alcanzó su “segunda independencia”, una independencia política que posibilitó que el destino nacional estuviera, por vez primera, en manos del pueblo venezolano, su autonomía política no podrá ser total hasta que el país no desarrolle una economía menos dependiente del exterior. De lo contrario, será un país vulnerable en riesgo de tambalearse ante futuras guerras económicas y estará siempre sujeto a los vaivenes y las presiones externas. Para impedir nuevos escenarios de desabastecimiento y precios no ajustados a la realidad, resulta imprescindible una independencia económica. La conquista de su tercera independencia puede lograrse mirando los procesos hermanos que se están viviendo actualmente en América Latina. Porque si bien Venezuela ha sido –y es– un referente y ha restituido la esperanza en el continente latinoamericano, ahora que no está sola puede aprender de otros procesos revolucionarios, como es por ejemplo el caso de Ecuador, que ha puesto en marcha una revolución del conocimiento para cambiar la matriz productiva del país, para poder pilotar una transición desde una economía extractivista hacia una sociedad del conocimiento, basada en la educación y el talento humano.
     Si hubiera que escoger una palabra para definir cómo ha sido recibida la noticia de la celebración de esta mesa de diálogo, seguramente la que mejor se adaptaría al caso sería la palabra desconcierto. Por un lado, ha desconcertado a una derecha venezolana que esperaba que, tras la siembra del Comandante Hugo Chávez, Nicolás Maduro encarnara la imagen de un presidente discreto, sin el carácter y el liderazgo de su predecesor, que pasaría sin pena ni gloria, sin hacer apenas ruido, por la Presidencia de la República, viviendo de las rentas políticas de Chávez hasta que éstas duraran, para ir desinflándose poco a poco y, con él, esperaban que se fuera asimismo desinflando el proyecto de la Revolución Bolivariana. Pero no. Con esta nueva ofensiva económica, Nicolás Maduro ha demostrado que es un presidente con iniciativa y que no le tiembla el pulso a la hora reconstruir las bases que han de permitirle a Venezuela seguir desarrollando –y consolidando– el proceso revolucionario bolivariano que inició Chávez y que ha de conducir al país hacia el socialismo del siglo XXI.
      Pero las medidas de la nueva ofensiva económica de Nicolás Maduro han desconcertado también –y en parte– a sectores de la izquierda que han leído esta reunión con las empresas privadas de Venezuela como una claudicación ante el sector privado, como una forma de doblegarse ante los mercados, cuando la situación económica parecía irresoluble. Tampoco. Sería errado analizar esta nueva ofensiva como una improvisación ante una coyuntura de crisis. Más bien se trata de lo contrario, ya que en los textos teóricos fundacionales de lo que es –o debía ser– el socialismo del siglo XXI ya se hablaba de la necesaria relación entre el Estado y la empresa privada en su fase de transición. De hecho, como decía el teórico Michael Lebowitz, en el socialismo del siglo XXI “no se trata simplemente de un cambio en la propiedad de las cosas; se trata de algo mucho más difícil: cambiar las relaciones de producción, las relaciones sociales en general”. De lo que se trata, por lo tanto, es de incorporar, en esta novedosa fase de la transición del capitalismo al socialismo, al sector privado al proceso, de hacer converger sus intereses con los intereses del pueblo venezolano, para generar un mayor impulso productivo nacional, para favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas de Venezuela. Se trata de integrar la fuerza productiva nacional al proyecto revolucionario, a invitarles a remar hacia un mismo objetivo. De eso se habla cuando se habla de modificar las relaciones sociales y de producción en su conjunto.
      El presidente de Ecuador Rafael Correa ha afirmado en varias ocasiones, cuando se le pregunta por esta cuestión, que en el socialismo del siglo XXI “el mercado tiene que estar al servicio de la sociedad, no la sociedad al servicio del mercado. Porque el mercado es un gran siervo, pero un pésimo amo”. La función del Estado tiene que animar a los actores que participan en la actividad económica nacional a que subordinen sus intereses al plan económico nacional, al bien común. Lebowitz señala que para que el sector privado pueda integrarse al proceso revolucionario tiene que cumplir lo que ha denominado como la “condicionalidad socialista”, que puede desgajarse en cuatro puntos clave: a) transparencia: la empresa privada tiene que rendir cuentas ante la administración pública para evitar que se produzcan casos de corrupción; b) transferencia de excedentes para la inversión pública y políticas sociales; c) establecer precios justos y ajustarlos a la realidad económica cuando ésta lo requiera; d) participación de los trabajadores en las tomas de decisión de las empresas. Si se incorpora el sector privado al proceso revolucionario, teniendo en cuentas las condiciones descritas, la transición hacia el socialismo será ya irreversible.

      Hay que añadir un último elemento para un correcto análisis de la nueva ofensiva económica propuesta por Nicolás Maduro. En el socialismo del siglo XXI, a diferencia del socialismo del siglo XX, el Estado ya no centraliza ni define las necesidades de su población, sino que es ésta quien las determina. El papel que debe representar el Estado será ahora el de recoger las verdaderas necesidades de sus ciudadanos, en sus diversas regiones, para trabajar conjuntamente en su satisfacción y realización. Por esta razón resulta tan importante la participación de la sociedad civil, la apertura democrática, la posibilidad de que todos los sectores y regiones puedan expresar sus posiciones. En este sentido, no es casualidad que, como se ha dicho, la mesa de diálogo del Estado con el sector privado se haya celebrado, simultáneamente, en tres lugares distintos. Este hecho, que puede parecer anecdótico, demuestra que el Estado buscaba que en la reunión quedaran representadas las distintas voces y regiones de la nación venezolana. Forma parte de un plan de descentralización del Estado propia del socialismo del siglo XXI, en su fase de transición.
      Como se observa, aunque haya voces que puedan haber interpretado lo acontecido en las últimas semanas como gestos improvisados del presidente Nicolás Maduro ante una coyuntura de crisis de difícil resolución, todo parece estar bien planificado, todo parece responder a un programado proceso de transición del capitalismo hacia el socialismo del siglo XXI. Nicolás Maduro sabe dónde pisa y qué dirección toman sus pasos. Pisa fuerte y su paso es firme.

jueves, 8 de mayo de 2014

Debate "Literatura crítica y realidad" en Librería Muga


Venezuela: Análisis y debate sobre la actualidad y la economía del país

El miércoles 7 de mayo de 2014 participé en el programa Enfoque de HispanTV, donde se debatió sobre la actualidad política y económica de Venezuela, después de que el Presidente Nicolás Maduro anunciara su nueva ofensiva económica para paliar los problemas económicos que atraviesa el país. Moderado por Henry Molano, también participó en el debate Alberto Pérez, miembro de la Mesa de Unidad Democrática.


"Huasipungo" de Jorge Icaza

El miércoles 7 de mayo enrolamos en nuestro pequeño pueblo en armas contra la soledad a Jorge Icaza y a su novela Huasipungo. Comentario emitido en el programa de Radio Sucesos (Quito) Con Cierto Sentido, que dirige y presenta Ramiro Díez.

lunes, 5 de mayo de 2014

Vídeo del homenaje a Armando López Salinas en el Centre Cultural Blanquerna de Madrid

El martes 15 de abril de 2014 se celebró, en el Centre Cultural Blanquerna de Madrid, un homenaje a Armando López Salinas. En el acto, organizado por la AMESDE y conducido por la actriz Amparo Climent, participaron, además de Victoria y Carlos López Balduque, hijos del novelista, intelectuales como los profesores Jaime Ruiz, Mirta Núñez, Sergio Gálvez, José Manuel Pérez Carrera o María Rosa de Madariga, el periodista Rodrigo Vázquez de Prada, el novelista Antonio Ferres, el poeta Carlos Álvarez y el dramaturgo Juan Antonio Hormigón, entre otros. Mi intervención se encuentra en el vídeo a partir del minuto 01:14:00.

viernes, 2 de mayo de 2014

Las enfermedades psíquicas que el capitalismo provoca.

Decía Juan Carlos Rodríguez, en su libro Literatura, moda y erotismo: el deseo (I&CILE, 2003), que «tal vez habría que preocuparse no sólo por las enfermedades físicas del capitalismo sino también por las enfermedades psíquicas que provoca». La trabajadora de Elvira Navarro recoge la proposición del profesor de la Universidad de Granada y sitúa el foco de su trama en las enfermedades psíquicas de un sujeto propio del capitalismo avanzado, descentrado e inestable, que experimenta la dificultad de vivir y sobrevivir con dignidad en un mercado laboral cada vez más precarizado.

La novela está protagonizada por dos mujeres, Elisa y Susana, que se ven obligadas a compartir piso, en un periférico barrio de Madrid, cuando las dos han alcanzado la madurez vital y profesional, y han superado aquellos tiempos de juventud en los que el relato dominante les prometía que con una alta formación académica podrían optar a un trabajo estable y bien remunerado que, a su vez, les permitiría ser independientes y vivir cierta holgura. Pero no: tras la Universidad, los másters y las estancias en el extranjero, no está el paraíso, más bien el infierno de las prácticas no remuneradas y los contratos temporales que se encadenan ad infinitum. Elisa, la protagonista, descubre el lado oculto de la ideología de la flexibilidad laboral, que se traduce en un trabajo mal remunerado y ocupando puestos de trabajo que en ocasiones requieren menos formación que la que el trabajador ostenta. En La trabajadora sus protagonistas son las víctimas de las nuevas relaciones de explotación capitalistas: Elisa es una novelista sin éxito que trabaja, como freelance, de correctora en una editorial que ha externalizado gran parte de sus funciones y que subcontrata, para su realización, a colaboradores externos, más baratos; y Susana, un personaje extraño sin pasado, de quien sabemos que, a pesar de sus aptitudes artísticas, trabaja de teleoperadora en un call center.

La trabajadora de Elvira Navarro podría leerse como una novela que pone en escena la frustración que sufre la llamada «generación mejor formada de la Historia de España» cuando, en plena crisis, descubre de pronto que sus expectativas de vida y de trabajo se desmoronan ante sus ojos. Su burbuja se pincha y en vez de encontrar puestos de trabajo bien pagados, acordes con su formación, no hallan más horizonte que el de la precariedad. Y, en consecuencia, forman parte de la primera generación que vive peor que la de sus padres, contraviniendo la denominada «ley del progreso», como si de una anomalía se tratara. Pero no se trata de anomalía alguna, sino de la normalidad en el capitalismo; lo anómalo era que, en los tiempos del excedente, los hijos de la clase trabajadora pudieran tener acceso a estudios universitario. Los tiempos del excedente han terminado y volvemos a la normalidad capitalista, y cada cual a su sitio.

Con la crisis, desaparece la llamada «clase media» –la gran mistificación que alumbró el ocaso de la lucha de clases y sentó las bases de la denominada «paz social»– y los trabajadores cualificados no pueden sino sufrir un efecto de proletarización, descubriendo como propio lo que creían que era un mal ajeno. Ante esta situación hay dos salidas: elevar –en sentido gramsciano– la conciencia y participar en una acción colectiva revolucionaria, o sufrir algún tipo de patología mental, como le sucede a la protagonista de La trabajadora.

Porque es muy difícil, parece decirnos la novela, emprender una acción colectiva cuando no somos sino un «Coro de Personas Solas». El capitalismo ha destruido el nosotros y, en esta situación de aislamiento individual, donde el sentimiento solidario es desplazado por el sentir solitario, el conflicto se interpreta como asimismo individual: Elisa es incapaz de aprovechar el tiempo de trabajo y en consecuencia no alcanza los objetivos de productividad programados por la empresa que la subcontrata, y le acecha un sentimiento de frustración, de culpabilidad y de fracaso. No interpreta su situación como un efecto del sistema, sino como una incapacidad personal; lo cual responde al ideologema básico del capitalismo: no hay pobres, sino perdedores. Y, viéndose a sí misma como perdedora, como un sujeto incapaz de competir y sacar rentabilidad en la competitividad cotidiana del capitalismo, enloquece. Sufre alucinaciones, ataques de pánico, hormigueo en las piernas y en los brazos. En el capitalismo avanzado, en vez de acudir al sindicato asistimos al psiquiatra; y en lugar de politizar el conflicto, éste se borra por medio de la medicación. Por eso, a pesar de la precariedad y la extracción de plusvalía absoluta y relativa, y del concurso de acreedores que atraviesa la empresa en la que trabaja Elisa, no hubo revuelo en la oficina, todo seguía «en el mismo orden de siempre, primoroso y eficaz, como si nada hubiera ocurrido».

¿En qué se diferencia La trabajadora de otros títulos de la narrativa actual donde el conflicto se interpreta en clave psicologista? La respuesta está en que Elvira Navarro le da la vuelta al esquema dominante: la enfermedad psíquica es consecuencia de la precariedad y no al revés. En mi ensayo La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013) analicé el modo en que en la novela española actual la huella de lo político y lo social ha sido borrada a favor de una lectura individualista, moral o psicologista de los conflictos. Todo se reduce a un conflicto interior y el afuera si apenas existe es como escenario. Las páginas de la última hora de la novela española están llenas de sujetos descentrados, histéricos e inestables, que como Elisa y Susana tienen serias dificultades para llevar una vida plena y ordenada, en lo erótico y en lo laboral. Pero en La trabajadora de Elvira Navarro sucede justamente lo contrario: el exterior es lo que determina el interior del individuo, es la precariedad de un mercado laboral flexibilizado e inestable lo que impide a los sujetos construir una narrativa de vida coherente, labrarse un futuro, construir un horizonte vital sobre el que dirigir sus pasos. El capitalismo produce su locura.

En este sentido, La trabajadora de Elvira Navarro es un soplo de aire fresco en el ámbito de la narrativa española actual, que había acostumbrado al lector a intrigas complacientes y cómplices con el sistema, ocultando la materialidad de nuestros trastornos, preocupaciones y conflictos, como si quisieran transmitirnos la idea de que la explicación de todo lo que nos ocurre se halla en nuestro interior. Pero la verdad está ahí fuera, parece decirnos La trabajadora; una novela que abre las ventanas de la literatura, acaso para airearla un poco –que falta le hace–, acaso para que, desde la novela, podamos asomar la cabeza a la calle y observar el exterior, porque el exterior es lo que nos construye.

David Becerra Mayor // Publicado en Mundo Obrero, nº 271 (abril, 2014), pág. 27.