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lunes, 3 de febrero de 2014

"Miguel Hernández, a pierna cambiada", publicado en @proyectoPanenka


Un pase en largo, en profundidad, que persigue ganarle la espalda a la defensa, deja al portero rival vendido, solo ante el peligro, ante la galopada del jugador de La Repartidora, que arranca desde la banda derecha.
Corre, Pelao, es tuya le grita el jugador que le brinda el pase.
            El campo de tierra, que impide que el balón circule con mayor velocidad, favorece al Pelao, que logra ganarle unos segundos, en su carrera, al balón. El Pelao, así apodado por su corte de pelo al rape, esprinta hasta la extenuación. Si llega, el gol está asegurado. El guardameta sale, asumiendo el riesgo que implica dejar su portería desprotegida, si el extremo se hace con el cuero antes que él.
Pero el Pelao no alcanza el balón.
Portada de la revista Panenka nº 18
 Lento, más que lento le increpan sus compañeros de equipo. Pareces una barbacha.
            A partir de este momento el Pelao pasará a llamarse el Barbacha, denominación de caracol de la huerta oriolana. El apodo se lo ganó a pulso con su lentitud en el terreno de juego. Aunque acaso otras veces también le llamarían por su nombre propio, Miguel Hernández. 
            Por fortuna, para el mundo del deporte y de la literatura, el joven Miguel Hernández no llegó a ese balón y supo aceptar sus deficiencias futbolísticas para suplirlas a tiempo por sus dotes poéticas. De este modo, y si bien nunca desistió en su intento, desde su posición de extremo derecho, de alcanzar pases en largo, Miguel asumió que su papel tenía que ser otro en La Repartidora, equipo de fútbol que fundó junto a otros muchachos de Orihuela con los que compartió adolescencia. Quien terminaría siendo uno de los más grandes poetas del siglo XX en lengua castellana, ejerció de secretario del equipo y fue quien se encargó de la composición de la letra del himno, sobre la música del chotis «Por la puerta de Alcalá». Decía así el himno de La Repartidora:

Vencedora surgirá,
Porque lo ha mandado el «Pa»,
La terrible y colosal Repartidora.
Por las calles marchará
Y el buen vino beberá
Porque siempre victoriosa surgirá.
En la tasca habrá que ver
La ilusión con que al vencer
Mostrará siempre en su cara lisonjera.
Todo el mundo la verá
Bulliciosa y «descará»
Porque siempre victoriosa seguirá.
Grande es la triunfal defensa,
El Rosendo y Manolé,
Pepe, Paco y el Botella,
Todos formidables, saben convencer.
Ya la Repartidora
Vence con gran poder
Mientras que el otro llora
Por no poder vencer.
Salta ya «Paná»,
Brilla el moscatel,
Que el vinillo está que parece miel.
Ya venció La Repartidora,
Su canción cantando va.
Surge clara y triunfadora
Con su voz sonora
Ya casi «apagá».

A partir de la composición, podemos extraer algunas conclusiones tácticas, como que La Repartidora jugaba con defensa de cinco, formada por Rosendo, Manolé, Pepe, Paco y Botella. Una especie de catenaccio avant la lettre donde se cierran filas con la presencia de dos laterales, dos zagueros centrales y un líbero sin obligación de marca. Decía el filósofo marxista italiano Toni Negri que el catenaccio constituyó la expresión futbolística de clase de los campesinos, que en la debilidad que les confiere una correlación de fuerzas desfavorable no tienen más alternativa que defenderse, con uñas y dientes, ante las ofensivas de un rival más fuerte y poderoso. Cuando uno carece del potencial armamentístico del enemigo, no hay mejor ataque que una defensa ordenada. Juntar líneas y potenciar el sentimiento de colectividad, de solidaridad hacia el compañero. La unión hace la fuerza. Su debilidad original agudiza su ingenio, compensando sus carencias técnicas con una estrategia perfecta. Pero a la vez que son más débiles son también más duros y fieros porque están hambrientos. Esa «triunfal defensa» de la que habla el himno bien puede representar la expresión espontánea de clase de La Repartidora. Porque sus jugadores, procedentes de familias humildes de origen campesino y por lo general mal alimentados, no podían sino encontrar en la defensa de cinco la mejor opción táctica ante las ofensivas de los equipos rivales formados por los hijos de la burguesía oriolana. Por eso, aunque la canción vierta, como metáfora del triunfo, el vino, el moscatel y la miel, tal vez no hubiera para los componentes del equipo, que carecían de una nutrición completa, mejor triunfo que el vaso de leche que Miguel Hernández les ofrecía algunas tardes después del partido. Así lo cuenta Vicente Sarabia, referido en el himno como el «Paná», en la entrevista que le realizó para su libro Pedro Collado, titulado Miguel Hernández y su tiempo:

Como teníamos formado un equipo de fútbol, [Miguel] nos decía que hiciéramos gimnasia para estar fuertes…, pero lo que nos faltaba a muchos era buena alimentación. Me acuerdo que muchas tardes nos daba vasos de leche que él mismo ordeñaba de las cabras de su padre.
Miguel Hernández, el segundo de abajo a la derecha.

Entre los rivales contra los que se enfrentaba La Repartidora, tenemos constancia de Los Yankes, equipo de la joven burguesía local, y El Iberia, compuesto por muchachos de la calle de La Acequia, situada al otro lado del río Segura que cruza y divide Orihuela. Sabemos de su existencia a partir de otra canción que compuso Miguel Hernández para ensalzar La Repartidora y exaltar la moral competitiva de sus futbolistas. La letra de la canción, escrita sobre la música de otro chotis, ahora del célebre «Pichi», decía así:   

Nadie
desde ahora en adelante,
ni el «Iberia» ni los «Yankes»
ni con sus líneas de ataque
ha de poder combatiros
ni el Orihuelal F. C.
¡Hurra!
Hurra los repartidores,
los mayores jugadores,
además de bebedores,
en Madrid como en Dolores,
en el campo ha visto usted.
Tráiganos ya,
para chutar
y «pa» marcar
el primer gol.
Nuestra delantera,
corta el bacalao.
Hay un medio centro
que no está jugao.
Para hacerlo bien
hay un interior
que en combinación
marca el primer gol.
¡Anda que te zurzan
ese calcetín,
que por la rotura
te vas a salir!
Tú eres «Yankes», para mí,
un suspiro en pantalón
y tú vas,
detrás de mí,
para chutar y marcar
el gol.
¡Anda que te zurzan
ese calcetín,
que por la rotura
te vas a salir!

Este fútbol de calcetines zurcidos, descrito por el poeta en su canción, transpira amateurismo y, como es obvio, carece de la profesionalidad que ostentaban otros equipos federados de la época. Estamos a finales de la década de los veinte. El fútbol todavía se encuentra en un estado primario en España. Llegado a la Península de la mano –o mejor: del pie– de los mineros ingleses que emigraron a Andalucía a finales del siglo XIX, el fútbol no se profesionaliza en España hasta 1929, año en que se disputa la primera edición del campeonato nacional o liga de fútbol. Aun así, el modo de describir la estrategia diseñada para batir la meta contraria, por medio de «hay un interior / que en combinación /marca el primer gol» denota la existencia de una voluntad de estilo futbolístico, de una intención de hilvanar jugadas para atravesar la línea de gol del equipo contrario, de una elaboración de juego que trasciende el simple y pedestre patadón pa’arriba y a correr dominante en las prácticas amateurs de este deporte. Aunque, claro, esto es literatura y, como se sabe, la literatura (casi) siempre miente.
Retrato realizado por Antonio Buero Vallejo
            Pasado el tiempo, y una vez Miguel Hernández ha empezado a hacer lo que de verdad sabe, escribir versos, le dedica una elegía a «Lolo, Sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela». Se trata de Manuel Soler, portero del Orihuela Fútbol Club, a quien le llegó la muerte, a juzgar por la información que irradia el poema, tras golpearse con uno de los postes de su portería. No obstante, dicen los biógrafos, la muerte le sobrevino al guardameta por motivos distintos a los descritos, aunque Miguel Hernández prefirió atribuirle a Lolo una muerte futbolística, más épica y heroica, que hiciera justicia a lo que había sido en vida. Leamos un fragmento de «Elegía al guardameta»: 

[...] Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.
Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.
Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.
¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.
Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.
Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.
A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.
El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

Tras «Elegía al guardameta», las circunstancias obligaron a Miguel Hernández a escribir otras elegías. Es célebre, entre otras, la que lloraba la muerte de su amigo Ramón Sijé, «con quien tanto quería»; como también lo fue la que le compuso al poeta Federico García Lorca, fusilado en entre Víznar y Alfacar al poco de comenzar la Guerra Civil española, y la que le dedicó al combatiente cubano Pablo de la Torriente Brau, que murió con «una muerte serena» defendiendo la República del fascismo, codo con codo con Miguel Hernández, en el frente de Majadahonda.
            El desenlace de este partido es de sobra conocido. Quien empezó jugando de extremo derecho, desplazó su posición para arrancar, a pierna cambiada, desde la banda izquierda. Pero llegó la derrota sin apenas poder disputar los minutos de la basura. Encerrado en las cárceles franquistas, finalmente murió, como dijera Manuel Vázquez Montalbán, de tuberculosis y comunismo, el 28 de marzo de 1942, a las 5.30 horas de la mañana, en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Ni el franquismo ni la enfermedad le concedieron una prórroga, ni siquiera la posibilidad de intentar la remontada en los tres minutos de tiempo añadido y acabar brindando por una nueva victoria de La Repartidora. 

David Becerra Mayor / Publicado en el número 18 de la revista Panenka (el fútbol que se lee), págs. 72-75.


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